Sólo la inagotable pasión futbolera argentina puede explicar un estadio repleto, con clima y sonido de final y un partido intenso con una temperatura que a la hora del pitazo inicial llegaba a los 37 grados y medio. Era una tarde para la playa, la pileta o el aire acondicionado en el mejor de los casos. Pero el amor a los colores y a la pelota justificó el sacrificio. Cuarenta y cinco mil hinchas de San Lorenzo y veintidós jugadores dejaron de lado su zona de confort y protagonizaron un espectáculo que, con sus más y sus menos, sobrepuso al infierno.
Con lo poco que tiene en comparación, el 0 a 0 dejó mejor parado a San Lorenzo. Compensó con orden y aplicación colectiva, la supuesta mayor jerarquía que River volcó sobre la cancha. Nunca fue menos y en el segundo tiempo, con más turbulencia que ideas claras, superó a River. Le anularon por offside un gol a los dos minutos del primer tiempo que Enzo Pérez se había hecho en contra (sólo el pecho de Braida estaba adelantado en la jugada previa) y un remate de Braida dio en el travesaño a los seis de la etapa complementaria. O sea que tranquilamente pudo haber ganado.
Además, controló bien la media cancha de River tapándole con Reali la salida a Enzo Pérez y absorbió a Borja con la marca de Romaña y Daniel Herrera. En el segundo teimpo, entró Vombergar por Cerutti para darle al equipo el poder ofensivo que le había faltado y tiró a Reali sobre la derecha para impedir las subidas de Acuña. Pero mientras la transpiración brotó a mares (en las tribunas y en la cancha), a nadie se le cayó una gota de inspiración. El esfuerzo no fue suficiente. Por eso, San Lorenzo empató. (Página 12)