(Por Marisa Chela) Ningún otro sentido como el tacto, y dentro de él las caricias, nos pone en contacto tan directo con otro ser humano. De hecho, las personas somos tacto puro: la piel abarca todo nuestro cuerpo. Y la mano, sede principal de la función táctil nos estremece cada vez que nos alcanza la sensibilidad …
UN CARTEL, UN RECUERDO QUE ACARICIA
No era la historia que ella había imaginado, ni su amor deseado, ni prohibido ni su pasatiempo. Era distinto, era lo nuevo, lo inesperado, lo que nunca hubiera imaginado. Era eso … Era, sin darles demasiadas vueltas.
Había tratado de distraerlo, de esquivar la cuestión pero sucedió. Lo encontró donde menos lo imaginaba. Son esas cosas que “pasan por algo” dijera su abuela. Siempre se reía de esa frase pensando en que cada uno busca que las cosas sucedan pero eso no lo había buscado y se dejó llevar por eso.
Ella era una mujer sensata y sabía manejar la situación, no caía en las seducciones fácilmente ni la atraían las palabras dulces. Ya descreída de todo le hacía caso a otra frase: “Las palabras se las lleva el viento”. Para ella el viento soplaba seguido llevándose promesas incumplidas y citas prometidas.
Pero la sorprendió la noche y las circunstancias. Ella, tan racionalista y pensante. No podía dejarse llevar así. Su mano temblorosa cerró la puerta de su casa pero su corazón latió avisando que no estaba conforme con la mano. Se miró al espejo, se lavó la cara y volvió a mirarse. No era su imagen la que le devolvía el espejo … ¿pero qué era? Era la contracara, casi una mirada enemiga que la traicionaba.
No iría no. No iría.
Se acostó y su mente despertó el deseo. Cerró los ojos, pero una fuerza interior volvió a abrirlos y la inquietaba. Se sentó en su cama, y subió el volumen de su teléfono. No pudo evitar leer … no pudo.
La noche estaba fresca y la calle casi desierta. Atravesó avenidas y estacionó en una esquina llena de arrepentimiento callado. Leyó una vez más y contestó:
– Estoy afuera de tu casa.
Lo demás fue lo que ella buscaba. Si la vida un día enfrenta a una mujer a vivir nuevas experiencias, a Francisca la había puesto a prueba. No había dudas que lo demás era nada. Frente a eso no era nada. Sólo encuentros casuales pero esta noche estaba llena de circunstancias. Llena de caricias de las que no se ruegan, de las que no se olvidan porque quedan allí como pájaros que vuelan de rama en rama pero hacen ruido para que otro árbol los escuche. Otro árbol que regale cobijo, ese cobijo que los pájaros andan buscando.
La mañana se asomó resplandeciente. Era una mañana de primavera. Se vistió despacio, pero no pudo irse con facilidad otras manos la retuvieron una y otra vez hasta que pudo sentir el suave suspiro de la brisa y cruzó la calle. Miró una vez mas esa ventana, tal vez nunca más volvería o tal vez si. No importaba. Tenía la certeza de haberse equivocado antes, no ahora. Antes…
Llegó a su casa y leyó:
– Me gustó mucho verte.
Se bañó y salió. El día estaba espléndido.
La primavera había dado permiso al invierno a regresar por unos días y ella le había dado otro permiso a su corazón. Nada le impedía vivir con una caricia regalada. Los regalos no se desprecian y ella tenía ganas de recibirlos. Una caricia es el mejor regalo que podía pedir en tiempos de descuidos.
No supo cuánto tiempo pasó pero pasó el tiempo. Hubo cuestionamientos e intercambio de malestares pero intrascendentes, no estaba acostumbrada a experiencias inusitadas pero bien valía la pena tenerlas.
Su trabajo la mantenía entretenida, su familia la demandaba y un solo recuerdo de esas caricias la estremecían. Pero no debía buscarlas demasiado, no vaya a ser cosa que dependiera de ellas, eso no estaba bien. Quería encontrarlas así, como aquel día.
Una mañana, así sin esperarlo, leyó:
– Vi el cartel y me trajo recuerdos de vos.
Y ella pensó que inusitadamente era un recuerdo para él. No es menos importante ser un recuerdo. Si el viento borra las cosas que uno quiere olvidar. A él el viento no se las había borrado. O tal vez no había puesto la cara contra el viento. O tal vez … qué importaba por qué ella era en él un recuerdo.
Se volverían a ver.
Los carteles en la ruta de la vida provocan recuerdos y ella ya tenía un cartel en la ruta de otra vida, la vida de otro.
MACHÉ