LA CASA DE MI ABUELA Y LOS RECUERDOS
(Por Marisa Chela)
De mi infancia feliz, rescato tantísimas cosas, y sigo pensando y diciendo lo mismo que cuando era niña:
- Una infancia feliz, te hace superpoderosa.
Yo siempre supe que sería una chica superpoderosa porque crecí muy fuerte, rodeada de cariño y de buenos tratos, con una familia derrochona de valores, muchas veces, me parecían redundantes pero hoy estoy muy agradecida de eso. La vida me ha puesto en situaciones muy pero muy difíciles, más de una vez, de toda índole pero yo sabía que saldría, y no fácilmente, pero saldría.
Mi infancia transcurrió en la casa de mi abuela …
Allí vivíamos, me acuerdo de mi abuela, del jardín y de sus plantas, de nuestros paseos y nuestras charlas.
Me acuerdo de mis hermanos corriendo por el patio y la noche en esa hamaca donde papá nos hacía despedir la luna con esa canción, cada noche, cada día. De la inquietud de mamá: su ir y venir, nunca paraba, siempre tenía algo que hacer.
Me acuerdo de las muñecas y la casita armada con mis primos entre grandes árboles: era un tiempo de risas, de niños felices que jugaban con las mariposas sabiéndolas tan importantes como ellos, por eso las cuidaban como a las abejas. Mi papá decía que las abejas eran muy importantes en nuestro planeta y por más que alguna nos desafiaba con su aguijón, sabíamos que era en su defensa y que perdía su vida, cosa que nos entristecía. No poderles hacer entender que eso no sucediera, era una preocupación.
Me acuerdo del grandioso palomar de mi abuelo, un caminito que nos llevaba hacia la carpintería. La viruta de aquella madera dura y el ruido de la garlopa que parecía escupir pochoclos.
Me acuerdo, claro que me acuerdo, cada tanto y sonrío.
Un lápiz se hace dueño de mi mano y escribo:
LA OLLA DE MI ABUELA
Parecía verla, brillante y reluciente
con su tapa de vidrio empañada por el vapor,
que, dando mil vueltas, dibujaba formas por el aire.
Parecía verla, oler a caldo de rica sopa que hacía mi abuela,
mujer de fuerte carácter y gran habilidad en la cocina.
Parecía verla y saborearla a través del aroma que se dejaba escapar,
llena de rica magia, la magia de sus manos
que la adornaba con una cuchara de madera.
Cuando más la miraba se me venía a la mente un hechizo,
de esos profundos, de esos implacables,
no porque tuviera porte de bruja
sino por el convencimiento con el cual revolvía la sopa.
Ahí entraba a jugar mi imaginación:
una mujer enamorada solicitando ese amor
y mi abuela concentrada en complacerla,
el vapor dando vueltas por el aire cual lamento
y un olor a presagio.
Un ruido del colador sobre la mesa
y la sopa sabrosa y caliente
me volvía a la realidad.
Era única e inconfundible
La olla enlosada de mi abuela.
LA COCINA DE LEÑA
Su historia, la hace soberana en la casa.
Amores y desvelos
Los niños y la maña de correr descalzos en mañanas frías.
Casamientos arreglados y nacimientos felices.
Su calidez guarda secretos de noches de desvelos
y añoranzas:
novios no queridos; novias desconsoladas por amores no correspondidos,
llantos de niños doloridos y mañeros,
ollas hirviendo para paños calientes en huesos gastados.
La cocina de leña envuelta en su manto gris, abre su puerta
mientras se escucha el crepitar de la leña ya hecha brasa.