La historia muestra que la cocina es el lugar donde la familia comulga. Lo que nos nutre, nos une, nos vitaliza y la gastronomía local es una reliquia de la memoria colectiva que está latente. Cada hogar que mantiene estas tradiciones sostiene la cultura de la zona y construye una identidad regional: “Aprendí a realizar dulces porque la abuela de mi esposo, María Augusta, me dijo: vos tenés que saber hacer dulces, ser emprendedora. Ya con eso te vas a saber resolver en la vida. Ella fue muy importante para nosotros, hoy nuestro hogar es la casa donde ella vivió”, cuenta Mara Carolina, catamarqueña, que con sus elaboraciones llegó a muchas partes del mundo.
Las nueces confitadas son uno de los baluartes de las golosinas típicas catamarqueñas y, Mara, hace 20 años que se sumergió en el mundo de las mismas. Hoy, son su producto por excelencia lo cual la llena de orgullo: “mis nueces llegaron hasta España y muchos países”. Cuenta que el nombre de su emprendimiento “María Augusta” es en honor a la abuela de su esposo: “tenía 23 años, vivía en pareja con Federico, estudiaba y no me alcanzaba el dinero, así que me decidí a vender gracias a ella. Me decía que la cocinera era una artesana y que con lo que gane me iba a poder pagar mis estudios”.
Mara nació en San Fernando Del Valle de Catamarca, la misma capital que se cobija bajo el manto de la Virgen, la misma que aún conserva en sus calles su historia colonial. Una urbe con tradiciones muy marcadas que dan cuenta de la fuerza de su gente y de la tenacidad de las familias. Las recetas y cada producto regional son una reivindicación transversal de cada poblador. “Es muy triste ver que en las nuevas generaciones muy pocos son los que cocinan los productos regionales heredados”, dice.
Con 42 años y tres hijos, Carlitos, Mirko y Vicky; trabaja para mantener viva la cultura gastronómica con el deseo de que no desaparezca de la memoria colectiva. “Hay un mundo de preparaciones típicas: roscones, alfeñiques, nueces confitadas, alfajor con harina de nuez relleno de higo, membrillo o dulce de leche. También preparo licores artesanales con las recetas de mi madre o distintas variedades de dulces locales. Los productos típicos son un tesoro que el turista se lleva, nos representan como catamarqueños. Acá vienen de todas partes y ya se convierten en clientes. Las nueces vuelan, las compran como suvenires” dice Mara, una de las pocas mujeres de su generación que elabora estos productos.
“Mi mamá, Alba, estudió en un colegio donde le enseñaron cocina. Después se casó y nos tuvo, somos siete hermanos y desde que recuerdo ella se dedicó a la pastelería”, cuenta Mara. Desde el seno de la cocina de su hogar reconoce este amor por la gastronomía: ella elabora tortas y productos de pastelería; no hacía regionales. Junto a mis hermanas ayudamos. Todos se ríen, porque a mí me ponía a lavar platos y al final soy la única de las cuatro hijas, que sigue sus pasos”.
El gaznate es otra de las elaboraciones que Mara prepara con la receta heredada de Maria Antonia, su abuela materna. Esta típica confitura representativa del norte argentino, es el emblema de las mujeres de su familia: “mi abuela, María, fue una cocinera de un bar muy tradicional en la ciudad, aun así desde su casa, los cinco hornos de barro estaban prendidos a diario. Desde allí ella vendía religiosamente: pan casero, rosquete y empanadilla”, añade.
“Mi suegro, Omar, es del pueblo rural Palo Labrado, un lugar alejado del ruido, rodeado de montañas, árboles, pájaros. Allí, su hermano tenía nogales y árboles frutales donde hacían dulces y licores artesanales. Mi suegra, Maria Cristina, siempre me apoyó. Ella llevaba mis dulces a su trabajo para venderlos. Tan bien me iba, que luego mi sueldo fue más importante que el de ella”, cuenta.
Actualmente, Mara vende sus productos en la Plaza 25 de Mayo en la capital catamarqueña. Los días viernes y sábados se presenta con el surtido de elaboraciones, los cuales para el turista no pasan desapercibidos: “trabajo todos los días en la cocina, en mi casa tengo un espacio como una sala de elaboraciones, ya certificado y controlado. Estoy muy organizada, las nueces se las compró a un señor que vive en Belén. Él tiene una hija aquí estudiando en la ciudad y ella me las trae. Son de muy buena calidad y, al estar peladas, puedo ver el tamaño y que no estén partidas. Así conozco a mi proveedor y me quedo tranquila de lo que voy a ofrecer”.
El ritual que los une se sostiene en el tiempo. Y, es ahí, en el momento que se prenden los fuegos, las ollas se colman de frutas y, en el cual, cada uno de los integrantes se congregan a la espera de su turno para revolver la paila: “cuando elaboramos dulces en la casa de mi suegro nos encontramos todos, nos turnamos para para pelar, lavar las frutas, revolver la preparación: para nosotros ese es un día en el que te encontrás con la familia y la excusa es hacer dulces”, concluye Mara con alegría.









