Los audios filtrados de Diego Spagnuolo, ex titular de la ANDIS, no solo generaron un escándalo público; marcaron un quiebre interno en La Libertad Avanza (LLA), exponiendo una dinámica de desconfianza, espionaje y delaciones dentro del propio Gobierno.
El segundo audio revelado, con la voz de Karina Milei llamando a la unidad, fue más que un mensaje: desató paranoia en la Casa Rosada. El propio vocero Manuel Adorni confirmó que las grabaciones ocurrieron allí mismo, dejando claro que el peligro no viene de afuera, sino del propio entorno libertario. No fue un hecho aislado. El primer indicio de espionaje interno lo protagonizó el exjefe de Gabinete, Nicolás Posse, quien en mayo de 2024 sorprendió a la ministra Pettovello con una frase sobre un viaje secreto a Punta del Este. La información provenía de la AFI. Poco después, Posse fue eyectado.
Luego vino el caso Lilia Lemoine: un audio viralizado donde atacaba a José Luis Espert con insultos homofóbicos y personales. Nadie sabe quién pinchó su celular, pero el mensaje era claro: nadie está a salvo. Incluso en reuniones privadas, como el asado de “héroes” del veto presidencial, se retiraban celulares. Lemoine intentó ingresar uno oculto entre sus ropas. Fue descubierta. Silencio oficial.
El “buchoneo amigo” se convirtió en estrategia de poder. El caso Menem lo demuestra: se filtraron contratos de sus empresas con el Estado. ¿Quién lo hizo? Santiago Caputo. Pero poco después, Menem devolvió el golpe filtrando datos que lo vinculaban al escándalo de las 15 valijas sin revisar en Aeroparque.
Las internas ya no son políticas; son personales y destructivas.
En paralelo, figuras como Victoria Villarruel o Marcela Pagano son asociadas a estas tramas, pero sin pruebas contundentes. Las sospechas contaminan a todos. El 3 de septiembre, tras la filtración de un nuevo audio de Karina, el Gobierno reaccionó: reunión urgente, requisa de celulares, cuerpos palpados. La escena: funcionarios que no se miran a los ojos. Milei errático. Karina, furiosa.
Más tarde, en el cierre de campaña en Moreno, la escena final fue aún más simbólica: un Milei desbordado, abrazado por su hermana en un rincón, mientras el público entonaba un canto corrosivo: “Karina, alta coimera”.
El punto de quiebre, sin embargo, no fue político ni económico, sino simbólico: el humor social —la burla popular— rompió la coraza del relato libertario. Si hasta entonces se naturalizaba el ajuste el “robo” a los discapacitados terminó siendo intolerable. Y como se sabe, del ridículo nunca se regresa.





