“Yerbal viejo nos hace recordar a nuestros antepasados, agricultores que llegaron a estas tierras en barco desde Finlandia en 1906, con una comitiva de 70 familias. Se establecieron en un naciente pueblo llamado Bonpland, actualmente situado a 40 kilómetros de Oberá”. Así cuenta esta historia Johann Sand, uno de los 7 responsables de este proyecto productivo que mantiene en vigencia las luchas y tradiciones de las corrientes migratorias radicadas en esta tierra colorada a principios del siglo XX.
En 1912 se instalaron en la zona centro, en lo que hoy es la chacra familiar en transición agroecológica “Alma Annette” en Colonia Guaraní, a 5 kilómetros de Oberá. Allí, en el centro sur de la provincia de Misiones, se pueden encontrar los yerbales y tealeras, los dos cultivos tradicionales en la provincia que sostienen la economía del matrimonio de Hugo Sand y Rut Bierozko. Junto a sus hijos Sigrid y su esposo Ramiro, Selva, Iván y Johann, ellos relanzaron la yerba Yerbal Viejo, fruto de esta unidad productiva.
“El nombre de nuestro producto hace referencia a la Colonia de Yerbal Viejo, denominación original de la zona geográfica de Oberá antes de su fundación en 1928. La región estaba poco poblada y los colonos inmigrantes la reconocían con esa referencia, porque era una zona de yerbales silvestres y antiguos. Ellos se acercaban para cosecharla y comenzar a cultivarla”, comenta Johann.
Después de un tiempo sin poder comercializar este producto, hace 4 años la familia decidió relanzar esta línea de yerba con una perspectiva social, ecológica y económica. En 2020, formando parte del grupo Oberá Agroecológica, “Alma Annette” se convirtió en una de las primeras chacras a ser certificadas como agroecológicas, distinción otorgada por la Secretaría de Agricultura Familiar de la Provincia de Misiones.
En la actualidad, el proceso de la cadena de producción, desde la planta hasta el paquete que sale al mercado, está caracterizado por la sustentabilidad y la cooperatividad. Esto los redefine como un emprendimiento familiar que atesora las prácticas de los pequeños productores asociados a las nuevas formas agroecológicas: “la plantación de yerba se cultiva y cosecha en invierno, entre marzo y agosto. Se la lleva a una cooperativa distante, a 2 kilómetros donde está el secadero. Allí se inicia el proceso de elaboración con el secado y se realiza la primera molienda de la yerba para obtener la yerba canchada. Como resultado de esto, se la estaciona durante un par de meses, y desde allí se la lleva a un molino en donde se la muele y empaqueta. Parte de la producción se entrega a la cooperativa y la otra sigue estacionada hasta cumplir los 12 meses. Con más de un año de estacionamiento natural, se convierte en un producto de muy buena calidad, suave y amable en cada sorbo de mate”, explica este joven de 25 años.
La yerba mate es el producto con más presencia en los hogares argentinos: la gran demanda hace que éste sea el cultivo principal, con una ocupación total de las chacras misioneras. “Por un proceso histórico y social la gran mayoría de estas tierras tiene entre 12 y 25 hectáreas, por lo general, sembradas con el monocultivo de la yerba mate. En cambio, la nuestra solo cuenta con 7 hectáreas cultivadas junto al resto de los árboles que forman parte del monte nativo con árboles y frutales típicos de esta zona que ya estaban cuando llegaron mis tatarabuelos. El Ilex Paraguariensis es un árbol generoso que, si se lo cuida bien, se lo mantiene y fertiliza, puede subsistir por varias generaciones brindándonos sus hojas para el disfrute de un buen mate. El resto corresponde a cultivos variados para converger en una producción biodiversificada y pluriactiva. «Tenemos apicultura, cría de ovejas y vacas para la venta y con el estiércol de los animales producimos biofertilizantes”, reconoce el menor de los hermanos Sand.
Históricamente, la comercialización de este producto se realizó en forma local. Recién hace dos años el Movimiento Agrario Misionero que agrupa a marcas de pequeños productores logró reunir este tipo de yerbas y enviarlas mensualmente a los puntos de venta de la UTT (Unión de los Trabajadores de la Tierra).
“Este trabajo en conjunto no sólo revaloriza a las producciones locales, sino que también nos aseguramos de que nuestro producto salga a la venta para que el consumidor apueste a que familias como la nuestra puedan decidir quedarse en la chacra, evitando la venta de las tierras y el desarraigo”, enfatiza Johann. Y concluye: “tenemos como objetivo el resguardo del monte y la biodiversidad, de modo tal que establezcamos una alianza, un espacio de responsabilidad en el cual apelamos a un precio justo para un producto del trabajo familiar de una pequeña chacra agroecológica”.








