La historia de León XIV, el primer Papa perteneciente a la Orden de San Agustín, remite a una tradición que hunde sus raíces en uno de los pensadores más influyentes del cristianismo: Agustín de Hipona. Robert Francis Prevost, elegido Sumo Pontífice en 2025, fue superior general de los agustinos entre 2001 y 2013. Más tarde, el papa Francisco le confió nuevas responsabilidades, hasta ordenarlo cardenal en 2023. Su lema papal, In Illo uno unum (“En el único [Cristo] somos uno”), proviene de un salmo comentado por el propio Agustín.
Aunque es temprano para saber qué rasgos caracterizarán este nuevo papado, conocer la historia de la orden —fundada oficialmente en 1244 por el papa Inocencio IV— puede ofrecer algunas pistas. Los agustinos forman parte de las órdenes mendicantes: viven de la caridad, renuncian a la propiedad privada y dedican su vida a la predicación, la educación y la búsqueda de la verdad.
Agustín, el buscador inquieto
Aurelio Agustín nació en el año 354 en Tagaste (actual Argelia), en el seno de una familia relativamente acomodada, aunque con el tiempo las dificultades económicas obligaron a mudarse de regreso a su ciudad natal. Su juventud fue intensa y rebelde. En sus Confesiones, uno de los primeros relatos autobiográficos de la historia occidental, admite sin pudores sus excesos: robos, placeres, dudas y una búsqueda desesperada de sentido.
La vida de Agustín cambió radicalmente tras conocer a Ambrosio, el obispo de Milán, cuyos sermones despertaron en él una nueva forma de entender la fe. Según la tradición, un día un niño se le acercó en un jardín, le dio una Biblia y le sugirió que leyera. La lectura de un pasaje de la carta a los Romanos lo conmovió profundamente:
“Vivamos decentemente, como a la luz del día, no en orgías ni borracheras, ni en inmoralidad sexual ni libertinaje, ni en envidias ni rivalidades. Revístanse del Señor Jesucristo y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne.” (Romanos 13:13-14)
A los 33 años, Agustín decidió dejar atrás su antigua vida. Se convirtió al cristianismo, donó sus bienes, fundó un monasterio en la casa de su madre y, tras la muerte de su hijo Adeodato (“Regalo de Dios”), fue ordenado sacerdote y luego obispo de Hipona en el año 395.
Un legado intelectual y espiritual
Agustín murió a los 75 años, mientras los vándalos asediaban el norte de África y el Imperio romano se desmoronaba. Su pensamiento, sin embargo, perduró. Prolífico autor de obras fundamentales como La ciudad de Dios y Sobre la Trinidad, sus ideas marcaron profundamente la teología medieval, la filosofía cristiana y el humanismo europeo. Fue, en cierto modo, un cristiano platónico: un pensador que buscaba comprender para creer, y que creía para comprender.
El lema de su orden lo sintetiza: “Intellige ut credas, crede ut intelligas” (“Entiende para poder creer, cree para poder entender”).
El mármol, el barro y el amor
León XIV asume el papado con una herencia espiritual que no evita el barro de la realidad. Al contrario: lo abraza. Como escribió el propio Agustín:
“La medida del amor es amar sin medida”.
“Ama y haz lo que quieras”.
“No vayas fuera de ti; entra dentro de ti, porque en tu interior habita la verdad”.
Agustín, el obispo pecador convertido en padre de la Iglesia, enseña que no hay comprensión sin humildad, ni redención sin lucha interior. Si ese espíritu inspira el papado de León XIV, puede que estemos ante un Pontífice dispuesto a dialogar con la incertidumbre del mundo, sin renunciar a la profundidad de la fe.