La autoridad monetaria abandonará el crawling peg fijo y ajustará las bandas cambiarias según la inflación. Además, anunció un ambicioso programa de compra de reservas que busca responder a las exigencias del Fondo Monetario y a las señales de alerta de Wall Street.
El Banco Central de la República Argentina (BCRA) anunció un giro relevante en su estrategia monetaria y cambiaria. A partir del 1° de enero, la entidad dejará atrás el esquema de crawling peg fijo para dar paso a un régimen de flotación administrada entre bandas móviles, cuyos límites se actualizarán mensualmente al ritmo de la inflación. En paralelo, presentó un plan de acumulación de reservas que promete compras de divisas por hasta USD 17.000 millones.
La decisión no surge en el vacío. Llega luego de semanas de presión explícita del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de crecientes advertencias del mercado financiero, que venían señalando la fragilidad del esquema cambiario vigente y la dificultad de sostener una baja del riesgo país sin un Banco Central con mayor poder de fuego.
El nuevo régimen establece que el techo y el piso de la banda cambiaria se ajustarán mensualmente según la inflación pasada (T-2), medida por el INDEC. La particularidad técnica del esquema es que la actualización se hará exclusivamente en función del IPC local, sin descontar la inflación internacional. En los hechos, esto implica que el techo de la banda tenderá a incrementarse en términos reales con el paso del tiempo, otorgando un margen creciente de competitividad cambiaria. Desde el equipo económico explican que el objetivo es evitar tanto el atraso cambiario como los saltos bruscos del dólar, ofreciendo una señal de previsibilidad al mercado. Sin embargo, el diseño también funciona como una corrección gradual del tipo de cambio real, una concesión implícita frente a las críticas de economistas y bancos internacionales que advertían que el esquema anterior impedía acumular reservas.
El plan de reservas
En materia de divisas, el Banco Central explicitó una hoja de ruta ambiciosa. El plan se apoya en la llamada “re-monetización” de la economía: la entidad proyecta que la base monetaria pase del 4,2% al 4,8% del PBI, lo que permitiría la compra de unos USD 10.000 millones durante 2026.
Si la demanda de dinero se acelerara un punto adicional del producto, la capacidad de absorción de divisas podría estirarse hasta los USD 17.000 millones. Para evitar un impacto disruptivo sobre el mercado cambiario, el BCRA se autoimpuso un límite operativo: las intervenciones diarias no podrán superar el 5% del volumen operado, aunque se reserva la posibilidad de realizar compras puntuales de gran escala para capturar flujos extraordinarios de exportaciones o inversiones.
El FMI y Wall Street, detrás del giro
El cambio de estrategia se produjo pocos días después de que la vocera del FMI, Julie Kozack, afirmara que la política monetaria y cambiaria argentina debía mostrar “aportes más ambiciosos” para acumular reservas y fortalecer la capacidad del país para enfrentar shocks externos y recuperar el acceso al crédito internacional.
La advertencia no es menor: el Gobierno se encuentra lejos de cumplir la meta de acumulación de divisas comprometida con el organismo —estimada en torno a USD 9.000 millones— y deberá rendir cuentas en la próxima revisión del programa, prevista para febrero. Aunque el mercado recibió positivamente la colocación del Bonar 2029 por casi USD 1.000 millones, los principales bancos de inversión de Wall Street venían advirtiendo que, con el esquema previo, la Argentina difícilmente podría reconstruir reservas y volver a financiarse a tasas razonables.
El dilema oficial: dólar, inflación y credibilidad
Tal como reveló el diario Perfil, desde la Casa Rosada existía una orden política clara: evitar tanto una suba del dólar como compras agresivas de reservas que pudieran trasladarse a precios. El temor a un rebrote inflacionario condicionó durante meses la estrategia cambiaria.
El nuevo esquema intenta resolver esa tensión: introduce una corrección gradual del tipo de cambio y un mecanismo de acumulación de reservas, pero bajo reglas estrictas de intervención para no desanclar expectativas inflacionarias. La pregunta que queda abierta es si el mercado considerará suficientes estas señales o si exigirá un ajuste más explícito. En ese marco, las críticas no tardaron en aparecer. El economista Pablo Tigani sintetizó el clima de incertidumbre al señalar que “es muy errático el comportamiento del ministro de Economía y del presidente del Banco Central”, en referencia a los cambios sucesivos de estrategia y a la dificultad para consolidar un ancla de credibilidad.
El movimiento del Banco Central parece responder menos a una convicción técnica que a una necesidad política y financiera. Presionado por el FMI, observado con lupa por los mercados y condicionado por la fragilidad de las reservas, el equipo económico optó por ajustar el esquema antes de que el costo de sostenerlo fuera mayor. Resta saber si esta redefinición alcanza para recomponer la confianza o si, una vez más, se trata de una solución transitoria en un programa económico que sigue mostrando tensiones estructurales sin resolver.





