A cada marrano le llega su Navidad
Según el último censo, en Argentina existen 2.540 localidades rurales con menos de 2.000 habitantes. Un cuarto de ellas ha sufrido un marcado descenso poblacional y, ya en 2010, cerca de 400 estaban en riesgo de desaparecer. El éxodo del campo hacia las ciudades no solo representa una pérdida demográfica, sino también una profunda injusticia territorial. Los habitantes de los pueblos rurales enfrentan barreras estructurales para acceder a derechos y oportunidades que en los centros urbanos se dan por sentados.
Si observamos el caso del Partido de 9 de Julio, en la provincia de Buenos Aires, encontramos diez localidades: 9 de Julio (cabecera), 12 de Octubre, Alfredo Demarchi (Facundo Quiroga), Carlos María Naón, Dennehy, Dudignac, French, La Niña, Morea y Villa Fournier (El Provincial). Todas atraviesan un mismo denominador común: infraestructura deficiente, caminos de tierra intransitables, transporte público casi inexistente y conectividad limitada tanto a internet como a la telefonía móvil. La clausura del servicio ferroviario no hizo más que profundizar el aislamiento, sin que ningún gobierno —ni municipal, ni provincial, ni nacional— impulsará políticas sostenidas para revertir la decadencia.
A ello se suman centros de salud precarios, la ausencia de farmacias y una escasa oferta de oportunidades sociales y laborales. En materia de seguridad, la situación roza lo absurdo: muchos pueblos ni siquiera cuentan con destacamentos policiales. La llamada “Patrulla Rural”, con base en la cabecera del partido, rara vez se adentra en las localidades, dejando a sus habitantes librados a su suerte frente a un Estado municipal que brilla por su ausencia.
Pero el éxodo rural no sólo vacía los pueblos: también sobrecarga las ciudades. Miles de personas llegan con la esperanza de una vida mejor, muchas veces sin formación, sin empleo y sin recursos, y terminan sumándose a los cinturones de pobreza urbana. Esta urbanización desordenada eleva los costos de los servicios públicos, agudiza el déficit habitacional, encarece los alquileres y profundiza la desigualdad.
Mientras tanto, la tecnificación del campo, el cierre de industrias locales y el abandono de obras públicas esenciales no solo aísla físicamente a las comunidades rurales, sino que las convierte en territorios simbólicamente olvidados.
El gran profesor marianista Calixto Menoyo solía repetir una verdad incómoda: “Las ciudades devoran a los pueblos.” Es una lógica despiadada que concentra recursos, poder y decisiones en unos pocos centros urbanos, mientras las localidades pequeñas, sin respaldo ni inversión, se apagan lentamente. Una suerte de antropofagia territorial disfrazada de modernización.
Encapsulados en el tiempo, los pueblos rurales asisten a su propio ocaso entre la resignación y la esperanza. “Los pueblos no mueren”, se repite como un mantra. Pero la realidad lo contradice: la falta de inversión, la desigual distribución de los fondos coparticipables y la indiferencia política empujan a estas comunidades al olvido.
Allí donde hay pocos votos, la inversión desaparece. Donde hay sobrepoblación, los problemas se multiplican. Así se refuerza el círculo vicioso del desarraigo, la pobreza y la exclusión.
Visitar hoy cualquiera de estos pueblos es enfrentarse con una postal del abandono. No hay un solo camino en condiciones. La última obra vial importante se realizó hace más de dos décadas: un camino con canales de desagüe que hoy está destruido, sin mantenimiento y sin intención de ser recuperado. Las viviendas planificadas, el asfalto prometido, quedaron en papeles olvidados. ¿La razón? Eran proyectos de otras gestiones. Los gobiernos que vinieron después, simplemente, decidieron no continuarlos.Todos, sin excepción, son responsables.
Hubo un tiempo en que gobernar significaba cuidar a la gente, sin importar cuántos votos reunía cada distrito. El Municipio apostaba por la producción, el empleo y el desarrollo integral. Desde entonces, han pasado varios intendentes, y nada ha cambiado: sin presupuesto, sin caminos, sin trabajo, los pueblos agonizan ante una inacción que ya no es solo alarmante, sino directamente excluyente.
Reflexión Final
Lo bueno de la verdad es que, aunque muchos prefieren vivir lejos de ella, todos la conocemos.La historia no la escriben los mentirosos, sino quienes luchan y defienden sus derechos.Y a quienes han contribuido al abandono sistemático de nuestros pueblos, solo cabe recordarles lo que decía mi abuelo con sabia certeza: “A cada marrano le llega su Navidad”.
EL LOBO





