Deuda Vieja + Deuda Fresca = Nadie saldrá indemne
La historia vuelve a repetirse: endeudamiento externo para sostener un modelo inviable, el silencio cómplice de gran parte del círculo rojo y una Sociedad anestesiada por la estabilidad cambiaria. El gobierno celebra lo que debería alarmar: financiar el presente con dólares que no genera, profundizando la dependencia sin dejar nada a cambio.
Se suele insistir en que el análisis económico debe prescindir de juicios morales, limitándose a la ciencia y los intereses de clase. Sin embargo, al revisar la historia, resulta extremadamente difícil mantener esa asepsia. Especialmente cuando se observan dos fenómenos recurrentes: la repetición de recetas fracasadas y el endeudamiento que suelen generar. No cualquier endeudamiento, sino uno en particular: el financiero externo destinado a sostener esquemas macroeconómicos insostenibles. Es decir, deuda que se evapora sin dejar infraestructura ni capacidad productiva, sólo compromisos futuros.
Un presidente con mandato constitucional no se limita solo a su representación. Se proyecta hacia el pasado mediante la privatización del patrimonio público acumulado por generaciones anteriores, y hacia el futuro, a través del endeudamiento que traslada los costos del presente a las generaciones futuras.
El gobierno del Frente de Todos no estuvo condicionado únicamente por sus divisiones internas, sino, sobre todo, por el enorme endeudamiento heredado del macrismo, con el actual ministro de Economía, Luis Caputo, como su principal arquitecto. En 2016 y 2017, un país mayormente desendeudado encabezó los rankings globales de emisión de deuda.
En 2018, regresó al FMI y firmó el mayor crédito de la historia del organismo. A partir de ahí, el futuro se volvió previsible: el gobierno siguiente debería abocarse a renegociar la deuda externa, inaugurando una etapa de condicionamientos permanentes y pérdida de soberanía económica. Es una película ya vista desde el retorno democrático, con el único paréntesis del pago total al FMI en 2006, que duró poco más de una década.
Ante la imposibilidad de revertir esa herencia, un gobierno débil como el del Frente de Todos no tuvo más opción que “patear la pelota” mediante una renegociación que otorgó un período de gracia. Desconocer el endeudamiento macrista –y en particular el crédito político del FMI– hubiese exigido una fortaleza y unidad política inexistentes, una alianza que abarcara tanto al oficialismo como a sectores de la oposición y del poder económico. Presentar hoy como acierto el haber intentado torpedear esa renegociación desde adentro implica incurrir en deshonestidad intelectual, ceguera política o ignorancia del poder real.
Conviene aclararlo: el problema no es tomar deuda, sino el exceso. En el actual estado del capitalismo global, las deudas soberanas impagables funcionan como instrumentos de dominación para los acreedores y de subordinación para los deudores. La “prisión por deudas” fue abolida para las personas, pero no para los Estados.
Con esta historia a cuestas, resulta alarmante que un gobierno que se vanagloria de aceptar las restricciones –en especial la presupuestaria– y que busca demostrar que las experiencias ortodoxas anteriores fracasaron por no haber ido lo suficientemente a fondo, se regodee al presentar como logro el desastre de seguir endeudándose para sostener un modelo de dólar barato y salarios deprimidos.
La mayoría de los economistas locales parecen acompañar este rumbo, negándose a reconocer la diferencia entre pesos y dólares y desestimando la verdadera restricción estructural de la economía argentina: la externa. La pregunta absurda se impone: si pesos y dólares fueran lo mismo, y si la restricción externa no existiera, ¿por qué se insiste en endeudarse en divisas?
Tras casi un año de déficit en la cuenta corriente cambiaria, el gobierno de Javier Milei evitó una crisis externa gracias a la nueva deuda. Contra toda lógica financiera, y obedeciendo exclusivamente a criterios geopolíticos definidos en Washington, el FMI concedió otro crédito multimillonario y fuera de norma a la Argentina.
La directora gerente del organismo, Kristalina Georgieva –representante del supuesto “nuevo Fondo”–, incluso se desvió de su rol institucional al sugerir a los argentinos que sigan apoyando a La Libertad Avanza. Por su parte, el presidente celebró la profundización del endeudamiento con expresiones escatológicas, auto celebraciones grotescas y una violencia discursiva desmedida. Que esto no haya provocado un escándalo político sugiere que no solo gran parte de los grupos económicos dominantes, sino también buena parte de la clase dirigente y de la sociedad, fingen el trastorno cognitivo funcional (TCF) que se caracteriza por problemas de memoria y pensamiento.
Lo verdaderamente grave no es solo haber evitado una crisis mediante más deuda, sino continuar actuando como si nada hubiera ocurrido. Repetir el mismo camino, ignorando las lecciones del pasado.
Es comprensible que quienes están al margen del debate público se sientan relativamente tranquilos, e incluso esperanzados, mientras el dólar y la inflación no se disparen. Es esperable, además, que gracias a los miles de millones de deuda fresca, las apariencias puedan sostenerse por un tiempo más. Pero resulta desconcertante que la profesión económica actúe como si no se estuviera caminando hacia una nueva colisión, mientras el país sigue consumiendo dólares prestados, es decir, que no produce.
A quienes no siguen el debate económico, al menos debería llamarles la atención que, a pesar de todas las facilidades y exenciones del RIGI, las grandes inversiones sigan sin llegar. No se trata solo del retiro de Petronas en el proyecto de GNL; tampoco se concretan las inversiones en los principales yacimientos de cobre.
Reflexión final
Se puede aceptar que un político no domine la teoría económica, pero al menos debería conocer la historia. Porque esta vez no hay nada nuevo respecto de las experiencias recientes, ni siquiera en los actores que las protagonizan: los Sturzenegger, los Caputo, los de siempre. Y el poder económico, enceguecido por sus ganancias coyunturales y su momentáneo triunfo en la lucha de clases, olvida que buena parte de sus negocios –los no financieros, al menos– no pueden trasladarse a otro país. Ocurren aquí, en esta economía. Y cuando llegue el inevitable momento de pagar las deudas, nadie saldrá indemne.
EL LOBO