El kirchnerismo, que ha dominado la escena política argentina durante más de una década, enfrenta una crisis profunda que revela las contradicciones internas y la pérdida de legitimidad de un proyecto que, en su momento, supo capitalizar el relato de la renovación y la resistencia. A punto de cumplir ochenta años, el peronismo gobernado por el kirchnerismo muestra signos claros de agotamiento, evidenciados en su incapacidad para presentar liderazgos renovados y en la fragmentación de su base de apoyo.
Desde una perspectiva analítica, el peronismo ha sido históricamente un movimiento caracterizado por su flexibilidad ideológica, que le permitió adaptarse a diferentes contextos políticos y económicos. Sin embargo, esta misma flexibilidad, que en su momento fue vista como una fortaleza, hoy se revela como una debilidad cuando se traduce en una falta de coherencia y en una incapacidad para ofrecer propuestas claras y sostenibles. La ausencia de nuevos dirigentes con visión de futuro y la resistencia a una autocrítica profunda han contribuido a que el movimiento se convierta en un “barco amarrado”, con una tripulación dividida y sin rumbo definido.
El liderazgo de Cristina Kirchner, que en su momento supo movilizar a amplios sectores, ahora se enfrenta a su propia contradicción: su discurso de renovación contrasta con las acciones y decisiones que parecen más una defensa de intereses personales y de grupo que una estrategia de largo plazo para el país. Sus propuestas, como la revisión de principios democráticos fundamentales, parecen más un intento de consolidar su liderazgo que una visión integral de transformación social.
Internamente, el peronismo ha sido víctima de un relato que no tolera la disidencia ni la autocrítica, lo que ha generado un ambiente de confrontación y desconfianza. La condena por corrupción y los enfrentamientos internos, como los que se dieron en la provincia de Buenos Aires entre Cristina y Kicillof, evidencian las fracturas que amenazan la cohesión del movimiento. La repetición de fórmulas políticas desgastadas, como la propuesta de seguir haciendo “cristinismo sin Cristina”, refleja una falta de innovación y una dependencia excesiva de figuras que, en su momento, fueron clave, pero que hoy parecen incapaces de ofrecer soluciones nuevas.
Desde un análisis estratégico, estas fracturas internas y la falta de liderazgo con visión de futuro generan un escenario de incertidumbre para el peronismo. La incapacidad de presentar propuestas económicas distintas o de consolidar una agenda que trascienda las disputas internas limita sus posibilidades de recuperación y de ofrecer una alternativa convincente frente a otros actores políticos, como Javier Milei y su discurso libertario.
En definitiva, el kirchnerismo y el peronismo enfrentan una encrucijada: o logran reinventarse y superar sus propias contradicciones, o seguirán atrapados en un ciclo de declive y fragmentación. La historia reciente muestra que sin cambios profundos en sus liderazgos y en sus propuestas, su capacidad de influencia y su relevancia en el escenario político argentino seguirán en duda.





