5 Dic 2025
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Nueve de Julio

De ídolos a traidores: la delgada línea del amor en Racing

Ante la posible salida de Maximiliano Salas a River, la bronca estalló sin escalas en Racing. El delantero, muy querido por los hinchas, pasó en cuestión de horas a ser considerado el nuevo traidor. No sólo se iría a un rival directo del torneo local, sino también a uno que compite en la Copa Libertadores, el gran objetivo académico.

La historia no es nueva. Ramón Ismael Medina Bello, el “Mencho”, también se fue de Racing a River. Había llegado desde Gualeguay, Entre Ríos, jugado en la cuarta división y se había formado bajo el ala protectora de Tita Matiussi. En abril de 1989, en medio de una de tantas crisis institucionales del club, el Mencho –ya consolidado como delantero– partió hacia Núñez. Allí cobró al día, fue campeón y llegó a la Selección. Su salida fue dolorosa, pero a la vez inevitable. Racing estaba sumido en una crisis perpetua y los jugadores buscaban estabilidad.

A pesar de su paso a un rival, Medina Bello nunca rompió su vínculo afectivo con Racing. Incluso ya como jugador de River, volvía a Avellaneda a compartir unos mates con Tita. En su primer regreso al Cilindro, marcó un gol. Iba a gritarlo con euforia, pero se contuvo. La hinchada, con la herida aún cicatrizando, respondió con una ovación y un canto inolvidable: “Olé, olá, el Mencho es de Racing, de Racing de verdad”. El Mencho levantó los brazos, saludó. La camiseta era otra; el sentimiento, el mismo.

Otras despedidas no fueron tan amables. Miguel Ángel Ludueña, también campeón de la Supercopa, cruzó de vereda directo a Independiente y le balearon el auto en un semáforo. Hugo “Perico” Pérez pasó por Ferro, pero era de la cantera y también fue señalado. Igual que Luis “Betito” Carranza, una promesa que evocaba al Loco Corbatta, y que se fue a Boca poco después de debutar.

Eran otros tiempos. Sin redes sociales, sin tertulias deportivas interminables, sin versículos crípticos en Instagram, ni grupos de WhatsApp para hacer catarsis. La bronca se digería en silencio, y se escupía el domingo en la tribuna. Hoy, todo pasa en velocidad 2x. El enojo y la euforia conviven, saltando de una publicación a otra, mientras los hinchas aún asimilan pérdidas recientes como la de Franco Mastantuono, que se despidió rumbo al Real Madrid con un mensaje apagado desde una lejana Seattle.

Ahora el foco está en Salas. Si se concreta su pase a River, Racing perderá la dupla goleadora que formó con Adrián “Maravilla” Martínez. Salas, una apuesta personal de Gustavo Costas que llegó desde Palestino, es muy querido por la gente. Y por eso, también, duele más. En este Racing que ha recuperado protagonismo, que pelea de igual a igual, una partida así se siente como traición. El club ya no es el de los ochenta, ese que apenas podía retener talentos. Hoy hay autoestima, hay proyecto, y hay ilusión.

Salas recuerda al Mencho no sólo por su físico y potencia, sino ahora también por el contexto de su posible partida. Pero los tiempos han cambiado. A Medina Bello no se le podía pedir quedarse sólo por amor a la camiseta. A Salas, quizás sí. Porque este Racing, definitivamente, es otro.

Por ahora, nada está cerrado. Pero muchos hinchas creen que no hay vuelta atrás. Que, aunque se quede, ya no será lo mismo. La era del desplazamiento y la ansiedad nos ha hecho vivir los ciclos a toda velocidad. Los goles, es cierto, tienden a acomodar todo. Pero de cada salida nace una lección eterna: a los jugadores hay que quererlos y disfrutarlos. Pero de lo único que uno debe enamorarse es del club.

Salvo algunas excepciones, claro. Racing la tiene, por ejemplo, con Lisandro López. Un jugador al que sí valió la pena amar. Y que dejó una frase que hoy retumba más fuerte que nunca: “El que se quiera ir, se tiene que ir”.

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