La llegada de las fiestas de fin de año en Argentina, tradicionalmente marcada por un incremento en las compras navideñas, revela una realidad económica transformada por la crisis del consumo. Este año, la canasta navideña no solo es más cara, sino que ha experimentado una caída significativa en la demanda, reflejando las tensiones económicas que atraviesa la población.
El panorama en los comercios de barrio, que solían estar invadidos de productos navideños desde principios de noviembre, se ha modificado drásticamente. Los tradicionales panes dulces, turrones y sidras, que en otros años llenaban las estanterías y provocaban largas filas de compradores, hoy están alcanzados por la inflación que aun golpea el poder adquisitivo de las familias argentinas.
La caída en las ventas de productos para las fiestas se aceleró por el encarecimiento de la canasta navideña, que este año presenta aumentos de hasta un 36% con respecto a 2024. Según el relevamiento de Consumidores Libres, el costo de una canasta básica de 24 productos seleccionados subió de $133.165 a $180.967 en solo un año, con una variación exacta del 35,9%.
El precio de algunos de los productos más tradicionales de la festividad ha tenido aumentos astronómicos. Entre los casos más llamativos se encuentran las avellanas con cáscara, cuyo valor se disparó un 94% en comparación con el año pasado, y el asado, que subió un 83%. En general, los productos típicos de la navidad, como pan dulce y sidra, aumentaron entre un 20% y 45%. El impacto de estos aumentos también se ve reflejado en la demanda, que ha sido considerablemente más baja que en años anteriores. En un contexto en el que el salario mínimo apenas supera los $335.000, muchos hogares no pueden acceder a la tradicional canasta navideña.
Los comercios, conscientes de la caída de la demanda, ajustaron su oferta. Este año, muchos decidieron reducir el abastecimiento de productos, anticipando una menor tracción de público. A pesar de este panorama, los almacenes se vieron beneficiados por la retirada de las familias de las grandes superficies comerciales, que se mostraron reticentes a gastar grandes sumas en la canasta tradicional.
Según Fernando Savore, referente de los almaceneros bonaerenses, el sector presentó diversas opciones de canastas más accesibles, como una canasta básica con pan dulce, sidra, turrón, budín y garrapiñadas por $7.000, que fue bien recibida por los consumidores. Otras canastas, con precios de $8.000 y $9.000, también tuvieron una recepción aceptable, aunque con un nivel de demanda moderado. En Rosario, por ejemplo, la canasta económica se vendió a $6.000, con un nivel de interés similar.
Las expectativas en los comercios son cautas. Aunque muchos esperan un aumento en las ventas impulsado por el aguinaldo, la realidad es que este extra salarial no ha generado un impacto inmediato en la recuperación del consumo. En los comercios, la sensación general es que el aguinaldo no ha pesado de la manera esperada, y los bolsillos de las familias, debilitados por la inflación y la crisis de ingresos, continúan muy ajustados.
Este fenómeno de transformación no es solo un reflejo de la crisis económica, sino un claro indicio de un cambio cultural forzado. En un país donde las festividades solían ser un sinónimo de consumo masivo, el ajuste presupuestario de las familias y la necesidad de adaptarse a una nueva realidad económica están modificando las costumbres y las expectativas de los consumidores. La canasta navideña, tal como la conocíamos, ha dejado de ser un símbolo de la abundancia y el derroche, para convertirse en un reflejo de las dificultades económicas que atraviesa la sociedad. Este ajuste cultural podría ser la nueva cara de las celebraciones en años venideros, a medida que las familias se adapten a una nueva normalidad de consumo más restringido.





