El periodismo político en los medios audiovisuales —saturado de panelistas e invitados de ocasión— no se destaca precisamente por su excelencia. Sin embargo, a veces su fortaleza reside en la gestualidad de los rostros. Un ejemplo notable fue la expresión de Silvia Lospennato en TN, al enterarse en vivo de que la ley de Ficha Limpia —su gran apuesta proselitista como primera candidata del PRO en las elecciones legislativas porteñas— acababa de ser rechazada en el Senado. Fue uno de esos momentos televisivos memorables. Pero no el único de estos días.
También lo fue el semblante de Mauricio Macri, embotado por un somnífero que le hinchaba los párpados y ralentizaba sus reflejos, durante una entrevista en el canal de Infobae. Su rostro ilustraba una circunstancia histórica: nada menos que el posible ocaso de su carrera política (aunque no todos lo percibieran aún como tal).
Conviene remontarse a los orígenes.
En 1995, el Banco Extrader, presidido por Marcos Gastaldi, colapsó estrepitosamente. Entre los damnificados figuraba Franco Macri, quien perdió diez millones de dólares. Había confiado en ese depósito por consejo de su hijo, Mauricio, amigo del polémico financista.
Meses después, cuando Mauricio fue elegido presidente de Boca Juniors, Franco lo llamó para felicitarlo. Pero no se privó de una ironía cargada de desconfianza:
—Eh, Mauricio… que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi.
Nadie entonces habría imaginado que aquel joven de personalidad anodina llegaría a liderar un partido, gobernar la ciudad más importante del país durante dos mandatos y, desde allí, catapultarse a la presidencia de la Nación, abanderado de una supuesta “nueva política”, enfrentada a la dirigencia tradicional.
Ya se sabe que Patricia Bullrich se le adhirió como chicle a suela de zapato. Y que forjó su camino al poder a la sombra de su liderazgo.
Lo que él no advirtió fue que en esa mujer se gestaba la semilla de su futura destrucción.
Avancemos hasta el 22 de octubre de 2023.
Aquella noche, tras la victoria de Sergio Massa en primera vuelta, La Libertad Avanza reconfiguró su estrategia para el balotaje. Se iniciaba una comedia shakesperiana cuyos efectos, tras el triunfo de Javier Milei, arrasarían con lealtades aparentemente inquebrantables.
Horas antes, en el búnker de Juntos por el Cambio, una desencajada Bullrich contemplaba el naufragio de su ambición presidencial, con apenas el 23% de los votos. La imagen quedó plasmada en una fotografía: Macri la abraza con gesto compasivo, aunque ella no sabía que su jefe ya había apostado por Milei. Aquella escena, con rostros pálidos como fantasmas, parecía salida de un cuadro de Goya.
Esa misma noche, en la quinta de Acassuso, Macri miraba ansioso su reloj. A su lado, Milei permanecía en silencio, mientras Karina —con sonrisa de oreja a oreja— conversaba con Juliana Awada.
El timbre sonó. Macri fue a la puerta. Se oyó su voz:
—¡Acá está la montonera!
—Sí, la que tira bombas en los jardines —respondió Bullrich.
Ella tenía una expresión sombría, expectante. Milei se puso de pie, se acercó y dijo:
—Uh, qué mal estuve. Perdón, perdón. Me equivoqué.
—Yo también —respondió ella.
Se fundieron en un largo y conmovedor abrazo.
Ahora era Macri quien sonreía de oreja a oreja.
A los postres llegaron otras figuras: Ritondo, Santilli, Grindetti, Petri. Allí se selló el pacto. Macri se aseguró seis ministerios en un eventual gobierno de Milei. A Bullrich le prometieron un cargo “a designar”.
El arreglo pasaría a la historia con nombre rimbombante: el “Pacto de Acassuso”.
Hasta días después del triunfo libertario, todo funcionó en armonía. Macri era el gran artífice, el estratega genial que transfirió los votos de Bullrich a Milei. Lo alababan como una reencarnación criolla de Maquiavelo.
Pero era un Maquiavelo fallado. Y no tardó en darse cuenta.
El 20 de noviembre, tras reunirse con Milei en el Hotel Libertador, salió con rostro adusto. Ya no era el mismo.
Viajó luego a Emiratos Árabes por sus funciones en la Fundación FIFA. Desde allí, se enteró del nombramiento de Bullrich como ministra de Seguridad. Llamó desde Dubái y le gritó:
—¡Te cortaste sola! ¿No habíamos quedado en que todos los nombramientos pasaban por mí?
—Vos ya no sos el presidente. El presidente es Milei. Y él me convocó.
El diálogo, dicen, terminó a los gritos.
Fue el primer paso del quiebre. Uno que se completaría 15 meses después, con la afiliación de Bullrich a La Libertad Avanza.
Aunque ya actuaba como libertaria, ese salto selló la fuga de los 12 diputados que le respondían, dejando al PRO —el partido que Macri fundó— herido de muerte en el Congreso.
Y, como si fuera poco, el trasfondo turbio que rodeó la caída del proyecto Ficha Limpia terminó de dinamitar su relación con Milei.
Volvamos al programa de Infobae.
Le mostraron a Macri un video de Bullrich diciendo: “Yo le diría a Mauricio que apoye el cambio con todo. Se lo diría de corazón”.
Él, con una risita nerviosa, respondió:
—Bueno… cuando alguien apela al corazón, debe al menos tener corazón…
Su cara era digna de alquilar balcones.
¡Pobre tipo! Tarde comprendió que la travesía de Bullrich por el arco ideológico no fue dictada por un imaginario cambiante, sino por un ideal constante: el poder, cueste lo que cueste, siempre del brazo del ganador, mediante una escalonada sustitución de lealtades.