La llegada de las Fiestas Navideñas, despiertan diversas sensaciones, que van en degradé de colores y sentimientos, desde la alegría hasta la tristeza, pasan muchas imágenes en nuestra mente, como una película ya vista o imaginada. Todos tenemos algo muy pero muy adentro que como Mario, no sabemos por qué…
(Por Marisa A. Chela / [email protected])
EL MISMO ARBOLITO DE NAVIDAD, LA MISMA SONRISA
Hacía tiempo que su mamá no sonreía, Sonreía pero no era una sonrisa de felicidad. Era una sonrisa instintiva como respuesta a un estímulo a un estímulo. Nunca le preguntó por qué, simplemente lo supo.
La mañana calurosa lo despertó, fue hasta la cocina a prepararse su desayuno y desde la ventana la vio tender la ropa. Era linda su mamá. Ese cabello al descuido y esas manos ágiles e inquietas la caracterizaban. Siempre andaba como corriendo, pero él nunca supo ni por qué. Pero lo observó.
La puerta se abrió y con un – buen día hijo – lo saludó con una sonrisa.
– ¿Mamá puedo armar el arbolito de Navidad?
– Si Mario, podés.
Y sacó del mueble del comedor la caja con los adornos y una bolsa que contenía las dos partes del arbolito, el mismo arbolito de años atrás. Siempre armaba el mismo, vaya a saber por qué, nunca se lo había preguntado.
Vivian solos desde hacía unos años, unos cuantos. Su familia estaba lejos y siempre faltaba un dinero para visitarlos. Así que pasaban las fiestas rodeados de amigos, que nunca faltaron y que jamás los abandonaron desde que su mamá había perdido la sonrisa y reía sólo complaciendo estímulos. El día que recibió esa noticia, sus ojos brillaron de tristeza y las lágrimas quedaron al borde del llanto. Nunca supo cómo las pudo contener. Dobló el papel y lo guardó prolijamente. No lo rompió, él nunca supo por qué pero la vio guardarlo cuidadosamente.
Faltaban dos días para Noche Buena, y como todas las mañanas se dirigió a la cocina, se sirvió el desayuno y vio a su mamá que se dirigía a la vereda. Se asomó a la ventana y el cartero le entregaba una carta. Se despidieron amablemente pero apenas se fue, su mamá rompió el sobre con una ansiedad que casi era desesperación. Se sintió inquieto y una angustia se apoderó de él. Pero fue en vano, su mamá reía y no ya respondiendo a un estímulo. Reía y era esa misma sonrisa de antes.
Nunca supo tantas cosas pero las supo. Y qué bueno fue no saberlas porque hoy sabía que su mamá sonreía con la misma sonrisa mirando ese mismo arbolito armado año tras año de la misma manera, con los mismos adornos y tal vez con la misma esperanza.