Por Redacción Extra Digital
En 9 de Julio, mientras la intendenta María José Gentile se jacta de estar “lidiando con lo real” y de abrir espacios de diálogo, la realidad le da un golpe contundente: su gestión está en crisis y el pueblo lo sabe.
Los caminos se rompen, el agua avanza implacable y los productores quedan aislados. ¿Su “apertura política”? Una excusa para diluir responsabilidades y disfrazar una falta de respuestas concretas. Mientras Gentile se dedica a hablar de “convocar” y “coordinar”, el distrito se cae a pedazos.
No puede deslindar responsabilidades apuntando a “los municipios de arriba” ni a las peleas internas entre peronistas y libertarios. Ella es parte del sistema que fracasa y, en vez de liderar con claridad, parece más interesada en esquivar culpas y mantener su silla.
Las críticas a Luis Moos y otros operadores políticos no alcanzan para tapar la improvisación y el desorden que reina en su gestión. Su famosa “mesa plural” es una pantalla detrás de la cual no hay compromisos reales ni soluciones efectivas.
La elección del domingo 7 de septiembre fue un verdadero balde de agua fría para Gentile. Con el 99,02 % de las mesas escrutadas, La Libertad Avanza (LLA), encabezada por Héctor Carta, arrasó en la ciudad cabecera con el 34,37 % de los votos, seguida por Fuerza Patria y Nuevos Aires. El oficialismo local, representado por Somos Buenos Aires y María José Gentile, sufrió una derrota humillante, quedando en cuarto lugar.
Ciegos y sordos
Los resultados del 7 de septiembre no solo fueron una derrota electoral: fueron un grito colectivo que ni Gentile ni su equipo parecen querer oír. Encerrados en una lógica de autocelebración y discursos vacíos, se comportan como si nada hubiera pasado, ignorando que las urnas hablaron con una claridad brutal. El pueblo votó castigo, cansado de promesas incumplidas, de la desidia y del abandono. Pero el oficialismo, en lugar de hacer autocrítica, se atrinchera en la negación. Son ciegos ante la realidad que los rodea y sordos frente al hartazgo social. Pretender seguir gobernando como si no se estuvieran hundiendo políticamente es, cuanto menos, una irresponsabilidad. El pueblo exige cambios concretos, no frases de ocasión ni gestos tardíos.
Ese resultado es un mensaje inapelable: el pueblo no cree más en su discurso ni en sus gestos. No alcanza con palabras bonitas ni convocatorias sin contenido. La comunidad demanda hechos, soluciones urgentes y una gestión que deje de esconderse detrás de excusas.
Gentile no puede seguir mirando para otro lado. La crisis es profunda y su desgaste político evidente. La única manera de recuperar algo de confianza es dejando de lado la soberbia, asumiendo la realidad con humildad y trabajando de verdad para revertir la emergencia.
Porque mientras Gentile juega a la política y los egos, el agua sigue avanzando, los caminos se destruyen y la paciencia de 9 de Julio se agota. El tiempo de las excusas terminó.





