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El Editorial del Lobo

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Retenciones, rentabilidad y relato: lo que el Excel no muestra

Una vez más, el campo está en el centro del debate. Y no por una buena cosecha, sino por una discusión que vuelve cíclicamente: ¿quién se queda con la renta agropecuaria? ¿El problema son las retenciones? ¿O es, como algunos sugieren, el modelo económico en su conjunto?

En días recientes confrontaron dos lecturas. Por un lado, una nota de este medio “ Mito y realidad de las retenciones” del 24/07, en la cual se que afirmaba que en 2015 —bajo un modelo regulado y con retenciones altas— los productores ganaban más que hoy, a pesar de los menores impuestos y mayores precios internacionales. Por el otro, una respuesta brindada por Juan Flores Belaunde -Las retenciones son reales, no mito” del 26/07, que niega esa comparación y defiende que el negocio agrícola depende más de los precios internacionales que de la política local.

Ambos tienen razón. Y ambos se equivocan si creen tener toda la verdad.

Retenciones: una pieza del rompecabezas

Flores tiene razón al señalar que las retenciones son injustas: es difícil defender un impuesto que se cobra sobre ingresos brutos, sin contemplar si hubo ganancia o pérdida. Pero la nota que las relativiza también acierta en algo importante: la baja de retenciones no se traduce automáticamente en mayor rentabilidad.

Hoy el productor tal vez paga menos al Estado, pero paga mucho más por acceder a la tierra, comprar insumos y mover su producción. Que el precio internacional influye, nadie lo discute. Pero lo que importa no es el precio de la soja en Chicago, sino cuánto queda en el bolsillo del productor después de atravesar toda la cadena de costos locales. Y esa parte se achica cada vez más, capturada por otros actores del negocio: los dueños de campo con alquileres en alza, las multinacionales que controlan el mercado de insumos, y las petroleras con el gasoil más caro de la región.

El Excel dice poco sin contexto

El productor, claro, carga costos, rindes y precios en su Excel. Lo que no carga —como bien dice Flores— es el “modelo económico”. Pero lo sufre igual. El Excel no muestra si hay crédito accesible o no. Si el tipo de cambio es competitivo o está atrasado. Si hay previsibilidad o caos.

Por eso, comparar 2015 con 2024 no es descabellado, aunque no sea matemático. En 2015 había más retenciones, pero también había financiamiento, costos más estables, tipo de cambio favorable. Hoy hay menos impuestos, pero más incertidumbre, tasas imposibles y costos dolarizados.

¿Libre mercado… para quién?

El modelo actual promete “libertad”, pero muchas veces esa libertad es para pocos. Para los grandes jugadores que fijan precios, condiciones y márgenes. El productor, especialmente el chico o el que alquila, no negocia con igualdad de condiciones.

Eso no significa que la solución sea regular todo. Flores tiene razón cuando recuerda que el control de precios o la regulación forzada de alquileres suelen fracasar. Pero sí es hora de discutir una segmentación progresiva de las retenciones, que distinga entre un pool de siembra y un productor de 200 hectáreas. También hace falta que el Estado garantice que haya competencia real en el mercado de insumos, fletes y servicios. Porque cuando hay concentración, no hay libertad.

Reflexión final: El campo real no entra en Twitter

Afirmar que la rentabilidad agrícola depende exclusivamente de los precios internacionales es un análisis incompleto que desliga, de manera conveniente, a las políticas locales del deterioro económico del sector. Las retenciones, lejos de ser un detalle menor, constituyen una transferencia directa de ingresos desde el productor al Estado. Ignorar su peso es como culpar al viento por un incendio, sin mencionar que alguien lo inició con un fósforo.

Los precios globales, claro, tienen su influencia. Pero la rentabilidad real se define puertas adentro, condicionada por una estructura de costos cada vez más pesada: impuestos distorsivos, alquileres crecientes, insumos cartelizados y una logística ineficiente que castiga más cuanto más lejos se está del puerto.

El Lobo

 

 

 

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