6 Dic 2025
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Nueve de Julio

El dólar como termómetro del desorden

El tipo de cambio vuelve a convertirse en el centro de atención del escenario económico argentino. Esta semana, el dólar oficial trepó a $1.350, acelerándose un 2% en apenas una jornada y acercándose peligrosamente al techo de $1.400 que el propio Gobierno estableció como límite dentro de su esquema de bandas. En paralelo, el dólar blue volvió a marcar tendencia y se ubica en $1.335, reflejando la creciente incertidumbre que domina al mercado.

Más allá del número puntual, lo que preocupa es el mensaje que estos movimientos transmiten: el plan económico muestra grietas cada vez más visibles. La eliminación de las LEFI, que liberó $10 billones en liquidez, la falta de acumulación de reservas y el agotamiento del ingreso de divisas por parte del sector agro exportador conforman una tormenta perfecta. A esto se suma una estrategia de comunicación oficial que, en lugar de llevar calma, alimenta la volatilidad. Declaraciones irónicas como las del ministro de Economía, Luis Caputo, alentando a los ciudadanos a comprar dólares, solo refuerzan la sensación de descontrol.

La intervención oficial en los mercados de futuros y bonos intenta ponerle freno a la escalada, pero no logra disipar una percepción cada vez más arraigada: la de un plan sin anclajes firmes ni respaldo político suficiente. El dólar, que en los hechos se está transformando en el verdadero precio de referencia de la economía, ya no responde al control discursivo ni a las señales débiles.

Mientras tanto, los precios aún no han absorbido por completo esta suba, pero el traslado a la inflación parece inevitable si la presión cambiaria se mantiene. El riesgo es doble: perder lo poco de credibilidad que aún conserva el programa económico y alimentar una nueva espiral de aumentos que vuelva a golpear el bolsillo de los argentinos.

En definitiva, el dólar no es el problema en sí mismo. Es apenas el síntoma más visible de un diagnóstico más profundo: la economía sigue operando sin un rumbo claro, sin consistencia fiscal y sin capacidad de generar confianza sostenida. Mientras eso no cambie, la divisa norteamericana seguirá siendo el termómetro del desorden.

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