El narcotráfico ya no se esconde. Está en la política, en los barrios, en la vida diaria. Vimos lo peor: tres pibas jóvenes —Lara, Morena y Brenda— fueron asesinadas con una brutalidad que hiela la sangre. Y en medio de esa tragedia, también se supo que el principal candidato del gobierno nacional fue financiado por un narco. Lo negó, mintió, lo tapó. Pero la plata narco estaba ahí. ¿A cambio de qué?
El problema del narco no es solo la droga. Es todo lo que la rodea: plata sucia, armas, muerte, silencios cómplices, y un Estado que en vez de pelearla, le abre la puerta.
Porque sí, el gobierno de Milei favorece el negocio narco en dos niveles: por arriba y por abajo.
Por arriba, liberan el movimiento de guita sin ningún tipo de control. Si tenés plata, la podés meter en el circuito legal sin decir de dónde salió. Como si nada. Como si no importara si viene del narco, la trata o el tráfico de armas. Encima, al que evade impuestos lo aplauden. Lo llaman “héroe”.
¿El resultado? El narco blanquea su fortuna sin despeinarse. Y mientras tanto, el gobierno se llena la boca hablando de libertad, pero deja que los delincuentes de guante blanco hagan y deshagan.
Por abajo, el modelo también es funcional al narco. Porque donde el Estado se borra, el transa ocupa su lugar. Comedores cerrados, casas de atención comunitaria clausuradas, cooperativas perseguidas, pibes sin laburo que ven más negocio en vender falopa que en romperse el lomo por un sueldo de miseria.
A pocos kilómetros de donde desaparecieron Lara, Brenda y Morena, había una Casa Pueblo. Un espacio de prevención y contención. Este año, el Estado nacional la cerró. Cuando el Estado se retira, el narco se sienta a la mesa.
¿Y qué hace este gobierno? En vez de bancar a los que luchan todos los días para que haya trabajo digno, salud mental y prevención de adicciones, los persigue. Les allanan los comedores, les sacan la mercadería, los muestran en la tele como delincuentes.
Un vendedor ambulante lo dijo clarito el otro día, mientras la policía le robaba las paltas que iba a vender en Constitución:
“¿Qué querés, que venda merca?”
Esa es la postal. Esa es la pregunta. Porque el laburo desaparece, los precios explotan, los pibes no sueñan con el artículo 14 bis de la Constitución. Sueñan con sobrevivir. Y algunos encuentran en el narco la única salida.
La política reaccionó (tarde, pero reaccionó) frente al escándalo del candidato narco. Dijo que la plata del narco es un límite. Perfecto. Pero ahora falta algo más: mirar lo que pasa abajo. En los barrios. En las esquinas. En las familias rotas por la adicción, en los pibes que desaparecen, en los que no tienen ni una oportunidad.
Poner más patrulleros sirve, sí. Pero si no hay contención, prevención, salud y laburo, no alcanza. Sin inversión real en políticas sociales, sin presupuesto para Sedronar, sin una mirada integral, la represión sola no soluciona nada. Es solo humo.
Hay que bancar a los que se rompen el alma todos los días en comedores, centros barriales, cooperativas. Hay que mirar a los pibes y pibas con problemas de consumo como lo que son: personas con derechos. Ciudadanos. No descartables.





