La ofensiva de Estados Unidos contra Venezuela ha escalado a un nivel inesperado, superando las sanciones económicas tradicionales e incorporando una mezcla de presión militar, coerción económica y objetivos geopolíticos de largo plazo. El epicentro de esta estrategia parece estar centrado en el petróleo venezolano, uno de los recursos naturales más codiciados del planeta.
La escalada comenzó a tomar forma a principios de septiembre, cuando fuerzas estadounidenses atacaron pequeñas embarcaciones en el Caribe y el Pacífico oriental, supuestamente vinculadas al narcotráfico. Desde entonces, se han repetido estas operaciones, alcanzando 26 ataques en total, con un saldo de 99 muertos. Esta acción, aunque presentada como parte de una ofensiva antidrogas, ha generado preocupaciones sobre su legalidad, dado que no se trata de un conflicto armado declarado.
La campaña ha adquirido una dimensión militar, con un despliegue de la CIA, operaciones encubiertas, y la movilización de fuerzas navales y aéreas cerca de la costa venezolana. Este movimiento ha sido calificado como el mayor desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962, con la posición de buques de guerra, la presencia de bombarderos cerca del espacio aéreo venezolano y tropas estadounidenses ubicadas en Trinidad y Tobago, a pocos kilómetros de Venezuela.
Lo que hay detrás
En público, la Casa Blanca ha enmarcado su ofensiva como una lucha contra el narcotráfico, acusando a Venezuela de ser un “narcoestado” y señalando a Nicolás Maduro como uno de los principales actores detrás de estas redes. Sin embargo, esta narrativa es problemática, incluso dentro del propio aparato estadounidense. Venezuela no produce drogas; la mayor parte de los estupefacientes que atraviesan su territorio están destinados principalmente a Europa, no a Estados Unidos. Este punto ha sido señalado por expertos y políticos en Washington, quienes, en privado, reconocen que el interés real de la administración Trump va mucho más allá de las drogas. “Trump quiere seguir destruyendo barcos hasta que Maduro ceda”, expresó Susie Wiles, jefa de gabinete del presidente, en una clara muestra de la presión directa sobre el gobierno venezolano.
El Eje petrolero
La situación ha dado un giro hacia el petróleo, el principal activo estratégico de Venezuela. En una ofensiva sin precedentes, Estados Unidos incautó un petrolero venezolano y ha prometido bloquear todos los buques sancionados que transporten crudo venezolano. Venezuela, que posee alrededor del 17% de las reservas probadas de petróleo mundial —más de 300.000 millones de barriles—, tiene una de las mayores reservas de crudo del planeta, una magnitud que supera ampliamente a las reservas de Estados Unidos. Esto explica en parte por qué la disputa va más allá de las sanciones económicas y se convierte en un conflicto geopolítico.
China, en paralelo, ha ganado una creciente presencia en la industria petrolera venezolana, lo que añade una capa de complejidad al panorama. Mientras Washington se esfuerza por contener la influencia china en el hemisferio occidental, el petróleo venezolano se ha convertido en una pieza clave en su estrategia para contrarrestar el poder de Pekín en América Latina.
La oferta de Maduro y el fracaso de la diplomacia
Trump nunca ha ocultado su interés por el crudo venezolano. En su primer mandato, lamentó que los esfuerzos para desplazar a Maduro no hubieran tenido éxito y llegó a afirmar que Venezuela estaba «lista para colapsar». En los últimos meses, el gobierno venezolano incluso ofreció la reapertura de su sector petrolero a empresas estadounidenses, pero manteniendo el control político de las concesiones. La Casa Blanca rechazó esta alternativa, dejando claro que cualquier acuerdo con Maduro debe cumplir con sus condiciones políticas y económicas.
La estrategia actual de Estados Unidos —que combina ataques letales, un gran despliegue militar, presión económica y un bloqueo petrolero— es un juego de alto riesgo. Busca principalmente cerrar las fuentes de financiamiento del gobierno de Maduro y, a largo plazo, redefinir el equilibrio de poder en el Caribe.
¿Logrará la administración Trump sus objetivos políticos con esta escalada o, por el contrario, se arriesgará a profundizar el conflicto sin una salida clara, aumentando los costos humanos y diplomáticos de una confrontación que podría prolongarse más allá de lo previsto? El petróleo y el poder son, más que nunca, el eje de este complejo enfrentamiento.





