El gobierno de Javier Milei atraviesa una tormenta política a sólo tres días de las elecciones. Las renuncias de Mariano Cúneo Libarona en Justicia y de Gerardo Werthein en la Cancillería detonaron una crisis interna que el presidente intenta contener sin éxito. Entre movimientos precipitados, filtraciones y pases de factura, el oficialismo se sumerge en una dinámica autodestructiva que deja en evidencia la fragilidad del equipo libertario y la falta de control sobre su propio elenco ministerial.
La llegada de Pablo Quirno a la Cancillería en reemplazo de Werthein y la salida de Cúneo Libarona fueron noticia antes de los anuncios oficiales. Las versiones circularon desde temprano en los medios, hasta que el propio Milei confirmó que se avecinaban más cambios en su gabinete. Ese gesto desató una catarata de renuncias y comunicados personales, con funcionarios apurados por marcar distancia antes de ser desplazados.
“Me voy muy feliz. Dejé la vida en la gestión. Más que por la salud, es por la necesidad de recuperar mis afectos. De acá en adelante voy a ayudar gratis en lo que el Gobierno precise”, declaró Cúneo Libarona a Infobae, intentando imprimir un tono amable a una salida que en la Casa Rosada calificaron de “traición a destiempo”. Werthein había hecho lo propio días atrás, filtrando su decisión en off the record y dejando en claro que su ciclo en la gestión libertaria estaba cerrado.
El comunicado oficial que confirmó la designación de Quirno como canciller buscó transmitir orden y elogió al funcionario como “pieza clave del equipo económico que evitó la mayor crisis de la historia del país”. Amigo de Luis Caputo, fue uno de los arquitectos del Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI) y del swap con Estados Unidos, además de haber intervenido en el último desembolso del FMI. Milei confía en que su perfil técnico consolide una política exterior enfocada en la apertura de mercados y el ingreso de divisas.
Pero la renuncia de Werthein abrió una grieta que expuso el descontento interno. El empresario, que había mostrado reparos ante el ascenso de Santiago Caputo dentro del gabinete, terminó sincerando sus diferencias. “Ni en pedo me quedo en un Gobierno manejado por este pendejo”, lanzó, según reconstruyen allegados. La tensión se trasladó a la mesa chica, donde se evaluaron posibles reemplazos —desde Federico Pinedo hasta Guillermo Francos o el embajador Alec Oxenford—, sin lograr consenso.
En paralelo, la salida de Cúneo Libarona reactivó un proyecto largamente discutido: la fusión de los ministerios de Justicia y Seguridad. Con Patricia Bullrich ya encaminada hacia su banca en el Senado, el Gobierno busca avanzar con un “súper ministerio” que concentre dos de las áreas más sensibles de la gestión. El nombre que suena con más fuerza es el de Guillermo Montenegro, intendente de General Pueyrredón, cercano a Milei y con buena llegada al entorno presidencial. Pero la propia Bullrich resiste: prefiere dejar a su segunda, Alejandra Monteoliva, al frente del área.
En la otra orilla, el viceministro de Justicia, Sebastián Amerio —hombre de confianza de Santiago Caputo—, asoma como el reemplazo natural de Cúneo Libarona. Sin embargo, su eventual ascenso genera recelos en el ala política que responde a Karina Milei, que busca preservar el equilibrio interno y evitar que el “Triángulo de Hierro” se quede con el control político del gabinete.
En medio de la tormenta, el Presidente intenta proyectar liderazgo y orden, aunque cada movimiento revela un gobierno que se depura a sí mismo sin lograr estabilizarse. Milei se enfrenta así a su propio laberinto: uno en el que las renuncias se anticipan a las decisiones, los aliados se convierten en críticos y el reordenamiento prometido se diluye en el vértigo de la crisis.





