5 Dic 2025
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Nueve de Julio

Las trampas del endeudamiento

En la historia económica argentina, los ciclos de endeudamiento han marcado puntos de inflexión trascendentales, cada uno acompañado de sus propias promesas de «normalidad económica» que, en la mayoría de los casos, terminaron por demostrar ser insostenibles. El ciclo actual, bajo el gobierno de Javier Milei, no es la excepción. Si bien los mercados celebran la entrada de nuevos recursos y la aparente estabilidad financiera, los fundamentos de la economía real siguen sin cambios sustanciales. La cuestión es si este ciclo de endeudamiento, iniciado por los gobiernos neoliberales previos, podrá mantenerse sin caer nuevamente en una crisis terminal.

A través de los años, las políticas de endeudamiento han tenido dos momentos clave: el primero, cuando los recursos fluyen y se descomprime el mercado cambiario; y el segundo, cuando llega el momento de pagar, refinanciar o, en el peor de los casos, enfrentar una nueva crisis. En cada uno de los casos previos, los gobiernos neoliberales disfrutaron de «la fiesta financiera» durante la etapa inicial, pero fueron los gobiernos de corte más nacional y popular quienes, finalmente, tuvieron que afrontar las consecuencias de la deuda acumulada.

En este sentido, la administración de Javier Milei no está exenta de este ciclo. A pesar de que el gobierno celebra la entrada de divisas y la aparente «normalidad económica» derivada de los acuerdos de endeudamiento, la economía real sigue sin mostrar signos de cambio. No hay una «revolución exportadora» que respalde un flujo sostenido de divisas, el superávit comercial sigue cayendo y el déficit de la cuenta corriente crece mes a mes. El crecimiento de las reservas no se ha materializado, y las inversiones externas siguen siendo escasas.

El optimismo del Mercado y la realidad de calle

El Gobierno, por su parte, se aferra a la esperanza de que las expectativas generadas por la nueva deuda serán suficientes para sostener la solvencia a corto y mediano plazo. En este sentido, los mercados reaccionan positivamente ante la entrada de divisas, con un aumento de los precios de los bonos y una caída del riesgo país, lo que refuerza el optimismo. Pero este optimismo es, en gran medida, un espejismo. El problema es que, tal como ocurrió en ciclos anteriores, la estabilidad aparente no está sustentada en una transformación real de la economía.
La estrategia actual parece repetirse como una fórmula ya conocida: «aguantar con deuda a la espera de la lluvia de inversiones». Sin embargo, la realidad es que el aparato productivo sigue en recesión, no hay un aumento significativo en la provisión de divisas, y lo único que ha cambiado son las expectativas. En este contexto, el Gobierno parece haber vuelto a confiar en una vieja receta que, en su momento, funcionó: mantener la estabilidad cambiaria a través de la deuda, esperando que un futuro cambio en las condiciones macroeconómicas termine por generar el crecimiento necesario para hacer frente a los compromisos externos.

Este es el núcleo de lo que podría definirse como una «normalidad tóxica». Aunque el Gobierno sostiene que la compra de divisas no será necesaria, confiando en que el crecimiento será el motor para aumentar las reservas, el riesgo es que esta promesa no se materialice y el país se enfrente a nuevas tensiones económicas. Con la inflación acelerándose y una proyección de crecimiento aún incierta, el ciclo de endeudamiento parece alargarse artificialmente, en un intento de ganar tiempo mientras los problemas estructurales siguen sin resolverse.

La estrategia de «aguantar»

El Gobierno de Milei, como sus predecesores, parece aferrarse a lo que ha sido uno de los pilares del modelo neoliberal: el «populismo cambiario». Este consiste en mantener la estabilidad cambiaria y las expectativas de crecimiento a través de una continua acumulación de deuda externa, sin abordar a fondo los problemas estructurales de la economía. Esta estrategia tiene la ventaja de generar una aparente normalidad económica a corto plazo, pero corre el riesgo de convertirse en una trampa insostenible en el mediano y largo plazo.

A pesar de las promesas de cambio y la retórica de la «revolución económica», la realidad es que las condiciones de vida de los trabajadores no han mejorado sustancialmente, y el aparato productivo sigue arrastrando la carga de la recesión. El Gobierno, entonces, parece seguir el mismo guion que sus antecesores: tratar de alargar el «momento uno» de la deuda lo suficiente como para llegar a 2027, con la esperanza de que las inversiones prometidas finalmente se materialicen.

Sin embargo, la historia nos ha enseñado que este tipo de «normalidad tóxica» es insostenible. La convertibilidad de los años 90 y la deuda tomada por el gobierno de Mauricio Macri terminaron en crisis profundas. Y, aunque ahora el gobierno de Milei pueda confiar en la solvencia inmediata gracias a la entrada de nuevos recursos y la garantía del Tesoro estadounidense, las señales de una economía real estancada siguen siendo claras.
La trampa de la deuda

La insistencia en un modelo basado en el endeudamiento como principal herramienta económica podría llevar nuevamente a una recesión, al desarme del aparato productivo y a un deterioro de las condiciones de vida de la población. A medida que el ciclo de endeudamiento se extiende, la «normalidad» que se disfruta hoy podría convertirse en una nueva crisis a mediano plazo, como ha sucedido tantas veces en el pasado.
Aunque el Gobierno espera que las expectativas de cambio, junto con la deuda, sean suficientes para sostener el ancla cambiaria y prolongar el ciclo, las lecciones históricas nos enseñan que la toxicidad de esta normalidad es difícil de mantener a largo plazo. El voto del 26 de octubre puede haber sido, para muchos, la última esperanza de que este ciclo de endeudamiento no termine en una nueva crisis. Sin embargo, la economía real sigue esperando una transformación que parece cada vez más distante.

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