5 Dic 2025
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Nueve de Julio

Esto es lo que la tecnología nos está haciendo

Para una cantidad creciente de pacientes en consultorios psicológicos, la atracción gravitacional de los teléfonos y las redes sociales está alterando aspectos esenciales de su identidad, de sus vínculos y de la forma en que se relacionan con el mundo. Es un fenómeno generalizado. La adopción tecnológica fue tan acelerada que la sociedad casi ha perdido la capacidad de registrar qué se siente vivir bajo esta dinámica constante de conexión y distracción. Solo a veces, en espacios terapéuticos, alguien logra reconocer ese impacto. Y aparece como una forma de duelo: primero irritación, luego tristeza, y finalmente la conciencia de cientos de micro–pérdidas que se acumulan sin ser atendidas.
Especialistas de distintos campos —psicoanálisis, sociología, estudios de la religión y análisis tecnológico— advierten sobre un patrón que se repite: la tecnología genera una especie de niebla emocional, una dificultad creciente para identificar lo que se siente. No ocurre de manera absoluta, pero sí con una frecuencia inquietante. Y cuando finalmente emerge una emoción, la reacción social predominante es escapar de ella: borrar una aplicación, apagar el teléfono, intentar una desintoxicación digital. Nada de esto suele durar. El ciclo vuelve a empezar. Este pasaje de sentir a actuar, sin procesar, es parte del efecto anestesiante del ecosistema digital.
La tecnología también ha contribuido a instrumentalizar la vida emocional. Los estados internos parecen “reales” solo cuando se transforman en métricas, acciones o resultados. Los relojes inteligentes —con sus pulsaciones, pasos y puntajes de sueño— convierten sensaciones en números que terminan pesando más que el propio cuerpo. En redes sociales, las imágenes y relatos publicados adquieren una hiperrealidad que desplaza la experiencia íntima. Incluso en la educación universitaria, las herramientas de IA incentivan una lógica de optimización, más centrada en obtener resultados que en habitar los procesos creativos.
La cultura digital dominante, heredera de la lógica del rendimiento de Silicon Valley, premia la acción inmediata y desconfía de la introspección. Incluso la atención plena, en su versión popular, suele transformarse en una estrategia para ser más eficiente, menos estresado o más productivo. Las mismas aplicaciones que la promueven convierten ese gesto introspectivo en una nueva métrica.
Frente a este escenario, distintos especialistas coinciden en que es necesario recuperar la vida emocional por sí misma, sin convertir cada sensación en un plan, un dato o un objetivo. Solo así se preservan la empatía, la creatividad y esa dimensión profunda de la existencia humana que permite crear arte, música y vínculos significativos. Las investigaciones sobre los efectos de las redes sociales en la salud mental, especialmente entre jóvenes, ya no admiten demasiadas dudas. Pero existe un matiz alentador: muchas personas empiezan a registrar el agotamiento que produce la exposición constante. Ese reconocimiento es una puerta hacia la toma de decisiones más saludables.
La irrupción de la inteligencia artificial conversacional abre preguntas nuevas y más complejas. Lo que antes era una distracción frenética ahora se combina con voces sintéticas que parecen comprender y acompañar. ¿Qué ocurre con la vida emocional cuando la intimidad se comparte con sistemas que imitan la empatía? Es uno de los interrogantes centrales de la época. Cada vez más personas describen la misma sensación: la tecnología, sin intención explícita, las ha ido alejando de lo que realmente importa. Los momentos creativos se interrumpen, los procesos emocionales se fragmentan, los vínculos cotidianos sufren pequeñas erosiones. La escena es conocida: en medio de una conversación con un hijo o una pareja, el impulso automático de mirar el teléfono desbarata un instante de conexión genuina.
En El rey Lear, el ciego Gloster afirmaba: “Lo veo sintiéndolo”. La frase, interpretada por distintos analistas, sugiere un modo de percibir el mundo que requiere sensibilidad antes que acción. El verdadero desafío, hoy, consiste en conservar esa sensibilidad en medio de un entorno diseñado para desviarla. El peligro no es reconocer la tristeza por todo lo que la tecnología empieza a desplazar. El peligro real es dejar de sentirla. Porque en ese silencio emocional se juega, muchas veces sin advertirlo, la pérdida gradual de lo que nos hace humanos.

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