El fenómeno de la figura de Cristina Kirchner sigue generando un dilema profundo dentro del peronismo, y más aún en aquellos que, con sólidos antecedentes académicos, se ven atrapados en una disonancia cognitiva frente a la realidad de la corrupción que la rodea. A pesar de la contundente acumulación de pruebas sobre su participación en hechos de corrupción económica, su imagen sigue siendo intocable para una gran parte de sus seguidores. Este fenómeno parece menos un debate sobre la justicia que una cuestión de fe política.
Al igual que otros momentos oscuros de la historia, donde los mitos tomaron el lugar de la evidencia, la insistencia en que Cristina Kirchner debe quedar libre refleja más una creencia irracional que una argumentación jurídica sólida. El simple hecho de sostener que ella es víctima de una persecución política, más que un examen objetivo de las pruebas que acumulan los casos judiciales en su contra, muestra la transformación de su figura en un símbolo, al igual que los ídolos deportivos que, aunque defectuosos, son adorados por sus seguidores.
La disonancia cognitiva y la defensa a ultranza
El primer argumento que se esgrime en defensa de Cristina es el supuesto sesgo de la Justicia, que sería más severa con los peronistas que con otros actores políticos, como Mauricio Macri. Este razonamiento, aunque pueda tener algo de fundamento en cuanto al contexto político, no cambia el hecho de que las pruebas de corrupción contra Cristina son claras. La participación de su entorno, desde Daniel Muñoz hasta José López, deja un rastro difícil de ignorar. A pesar de ello, aquellos que defienden su libertad se atrincheran en un juego de acusaciones, descalificaciones y justificaciones que desvirtúan el verdadero problema: la evidencia tangible y los hechos que la vinculan con un delito de corrupción.
Cuando se concede que Cristina Kirchner no puede ser exonerada por completo por las pruebas que se han presentado, el argumento de sus defensores cambia al punto de asegurar que el dinero recaudado, aunque en su mayoría era de manera ilegal, estaba destinado a financiar campañas políticas. Es decir, la política justifica el crimen, una premisa peligrosa que desafía las bases mismas del Estado de derecho.
La política como fe y la imposibilidad de una renovación
Esta apología de Cristina no solo refleja un problema epistémico dentro del peronismo, sino también un impedimento estructural para la renovación de la política. Si el peronismo se ve a sí mismo como un bloque incapaz de cuestionar a la figura de Cristina, incluso cuando la evidencia de sus crímenes es indiscutible, se está condenando a un estancamiento irreversible. Axel Kicillof, por ejemplo, ha optado por una estrategia de moderación, asumiendo que el mejor camino es ganar a los seguidores de Cristina de manera gradual, sin confrontar directamente con la figura de la expresidenta.
Este enfoque subraya el enorme peso que tiene Cristina Kirchner dentro del peronismo. Tal como Jaime Durán Barba le recomendó en su momento a Mauricio Macri, la figura de Cristina Kirchner se ha convertido en una barrera infranqueable para el espacio. En el contexto de una interna peronista, es casi imposible ganarle a una Cristina detenida simbólicamente, a quien muchos seguidores aún ven como una mártir política, incluso sin reconocer los delitos que ha cometido.
La Justicia y el castigo selectivo
La defensa de Cristina también se basa en la idea de que la Justicia la persigue porque ella representó un desafío político contra los sectores de poder. En ese sentido, la corrupción que se le atribuye no sería el verdadero problema, sino la venganza política de quienes se sintieron amenazados por sus políticas. En este juego de percepciones, los opositores también salen perjudicados. Si algún día un político del círculo de Cristina, como Kicillof, llega a la presidencia sin denuncias de corrupción, ¿será igualmente atacado por la Justicia con el mismo ímpetu? La lógica de la persecución política podría replicarse, generando un círculo vicioso que refuerce la polarización y no la reconciliación nacional.
Este escenario no hace más que profundizar el dilema epistémico del que hablábamos al principio: la verdad y la justicia parecen ser conceptos maleables, sujetos a la interpretación política más que a la objetividad. Si en el futuro el peronismo sigue siendo incapaz de hacer una autocrítica sincera, condenando el pasado de Cristina Kirchner y sus actos corruptos, la renovación dentro del partido será cada vez más lejana.
Un Ordenador o un Obstáculo
El mito de Cristina, con su infalibilidad y su aura de mártir política, ha logrado una cohesión interna dentro del peronismo, pero a un alto costo. El proceso de renovación del partido se ve constantemente bloqueado por la necesidad de los líderes de mantener una cohesión simbólica con las bases que aún ven a la expresidenta como una figura incuestionable. Esto genera un atolladero que no solo perjudica al futuro político del peronismo, sino que también pone en riesgo la capacidad del partido para superar el legado de sus propios errores.Si el peronismo quiere avanzar y revitalizarse, deberá enfrentarse a una verdad incómoda: no basta con tapar los problemas con discursos vacíos o adorar figuras como si fueran intocables. Es necesario que el partido se libere de las mentiras autoimpuestas, tal como los poetas o los religiosos crean relatos que dan sentido a la vida, pero que los políticos deben cuestionar y depurar para construir una sociedad más justa y democrática.





