5 Dic 2025
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Nueve de Julio

El realismo emergente

Por Redacción Extra Digital

Son tiempos de transformaciones profundas. Un paradigma cayó y otro, todavía incierto, comienza a delinearse. Las demandas sociales se han vuelto más inmediatas, más materiales. La urgencia dominante es simplemente atravesar el día. Los grandes discursos —el nacionalismo, el antiimperialismo, incluso ciertas épicas políticas— ya no resultan seductores, ni siquiera dentro de profesiones tradicionalmente permeables a ellos, como las Fuerzas Armadas.

Un indicador llamativo aparece en los resultados de las votaciones en las bases antárticas, donde se observaron triunfos abrumadores del mileísmo hoy y del macrismo ayer. Poco parece influir que la administración de La Libertad Avanza haya recortado la obra social militar, que los salarios castrenses crezcan por debajo de la inflación o que el equipamiento adquirido sea obsoleto. Tampoco generan mayor ruido las imágenes de Javier Milei envuelto en la bandera estadounidense o con kipá frente al Muro de los Lamentos. En buena parte del estamento militar prevalece un sesgo ideológico históricamente refractario al populismo, que opera por encima de estas contradicciones.

Consignas de la Tercera Posición, como “ni yanquis ni marxistas”, lucen hoy arqueológicas, tanto como la antigua aspiración de “Argentina potencia”. El sentimiento de Patria sobrevive casi exclusivamente en instancias deportivas internacionales. Temas como la dependencia financiera de los organismos multilaterales o la influencia estadounidense en la política interna preocupan ya solo a minorías militantes. La globalización hoy no es solo económica: existe una aceptación tácita de la condición periférica y de que la región se mueve dentro del marco geopolítico estadounidense frente a China, pese a que los vínculos comerciales efectivos revelan un entramado mucho más complejo.

En un clima de posmodernidad tardía, las mayorías se han vuelto reacias a los “grandes relatos” y adoptaron un realismo emergente, centrado en la funcionalidad inmediata. La Nación, la independencia o la épica colectiva ceden lugar a una expectativa básica: que la economía no se descontrole. Es posible que esta actitud sea el resultado de un prolongado estrés postraumático social generado por décadas de inflación persistente. La versión contemporánea del lema sanmartiniano sería: “dame una economía tranquila; lo demás es accesorio”.

Para los progresismos tradicionales surge un desafío de fondo: comprender que nada permanece fijo y que el homo economicus del capitalismo tardío aspira siempre a más. Ya nadie vota por agradecimiento ni por la memoria de haber salido de la pobreza, sino por expectativas hacia el futuro. Cuando las políticas progresistas convierten a millones de pobres en clases medias, esas nuevas clases votan a quien promete reducir impuestos, no a quien ofrece igualdad distributiva. Los progresismos incuban así el germen de su propia erosión. Los puristas hablarán de desclasamiento; sin embargo, lo que predomina es una racionalidad práctica.

El ocaso de los grandes relatos también obliga a revisar viejos supuestos, como aquel que ubicaba a la Argentina entre los países más antiestadounidenses de la región. Cuesta conciliar esa imagen con la incorporación casi acrítica al grupo de naciones —junto con El Salvador, Guatemala y Ecuador— que se erigen como punta de lanza de un mini-ALCA reconfigurado, aunque todavía no se lo presente formalmente como un acuerdo de libre comercio. La subordinación no se explica como el costo del apoyo financiero recibido ni como precio de la estabilidad económica buscada; se exhibe, más bien, como una suerte de recompensa por acompañar la política exterior del socio mayor, del cual además se depende en materia financiera, lo que establece una asimetría estructural. El borrador del preacuerdo comercial difundido el jueves pasado es ilustrativo: Argentina asumiría quince compromisos frente a solo dos compromisos estadounidenses.

El balance preliminar está lejos de generar entusiasmo. Tras décadas de estructuralismo latinoamericano, el país celebra la posibilidad de exportar materias primas con aranceles algo más bajos, a cambio de abrir la puerta al ingreso de manufacturas estadounidenses más costosas y menos competitivas que las chinas. El costo potencial es la pérdida de sectores industriales dinámicos. En paralelo, la política comercial del Mercosur quedaría en suspenso por un acuerdo unilateral que colisiona con las reglas del bloque.

La economía y la historia ofrecen advertencias claras. Las principales exportaciones argentinas —agrícolas y de industrias metálicas básicas como aluminio y acero— compiten directamente con Estados Unidos. A ello se suma un reclamo histórico de Washington: la protección reforzada de la propiedad intelectual. De prosperar, ese punto afectaría sectores estratégicos como la biotecnología y la industria farmacéutica, competitivos y con proyección.

Aún resta conocer el contenido final del acuerdo, cuyas negociaciones comenzaron en julio, antes de que la fragilidad financiera del programa Milei-Caputo se volviera evidente. Pero resulta llamativo que el llamado “círculo rojo”, por más interconectado que esté con firmas multinacionales y por más afinidad que tenga con la desregulación actual, acepte sin objeciones un cambio del statu quo que toca de manera directa sus intereses estructurales. Una cosa es el nuevo realismo de las mayorías; otra, muy distinta, la lógica del poder económico.

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