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viernes, 17 mayo, 2024

Después de tanto tiempo la pesca artesanal en San Pedro se reconoce como una de las economías regionales

(por Mónica Gómez)

El pescador sabe: de la calma del río al atardecer, del silencio que se siente en la isla, del viento silbando entre las velas, del fuego a orillas del Paraná. Sus manos saben: del frío, del agua, de cuerdas y de cada pieza. Su corazón entiende: de legado, de familia y del trabajo artesanal. Porque pescador se nace y se lleva con pasión, sólo sí sos hijo de un pescador.

En San Pedro, provincia de Buenos Aires, se respira esa calma. Poco a poco, con un trabajo silencioso a lo largo de los años, la pesca artesanal está logrando su lugar dentro de las economías regionales. Ese reconocimiento por el que tanto tiempo luchó se materializa en logros alcanzados para las familias que se inscriben en el RENAF (Registro Nacional de Organizaciones de la Agricultura Familiar) en esa localidad.

Pese a ser una de las más antiguas prácticas como medio de subsistencia, fue por mucho tiempo una actividad informal olvidada por las políticas de Estado. Los pescadores están, muchos viven en las islas, y están los “del continente” que son familias que se han asentado en los barrancos y que mantienen el mismo amor por la cultura del trabajo río adentro. En la zona hay una comunidad pescadora de alrededor de 120 familias, a las cuales la isla les da el sustento diario.

Recién en 2016 se declaró a la pesca artesanal como parte de la producción de San Pedro, luego de varios intentos de organizaciones en 2018 se conformó la Asociación de Pescadores Artesanales La Palometa. Grupo conformado por 58 familias que viven gracias a esta práctica.

“El pescador sale un lunes muy temprano con su embarcación; es una actividad solitaria así que no son más de dos personas. Llega a su “cancha” (sector del río) a la tarde, tira su palangre y lo deja por las noches. A la mañana siguiente levanta, limpia la pesca, se hiela, arma nuevamente la red y la vuelve a tirar al río y así hasta el jueves”, explica Eduardo Miño, Presidente de la Asociación y segunda generación de pescadores del Delta.

Para subsistir hoy un pescador tiene que sacar aproximadamente 30 kg por día que vende a $250 por kilo. Cuando él sale río adentro, sus días transcurren en la canoa, y de esa venta tiene que contemplar los gastos de comida, combustible y hielo.

“Cuando llega la temporada de la boga, que dura 15 días, se puede sacar hasta 10 mil kg. La contra de esa abultada captura es que los intermediarios te pagan menos por el kg y que en ese momento se debe recuperar para cambiar las herramientas y el tejido, arreglos en la embarcación, etc. Se aprovecha para tirar todo el año”, asegura el presidente de La Palometa.

La pandemia, como en muchas otras actividades económicas, exhibió las deficiencias de los sectores marginados por los sistemas burocráticos. Tras varios intentos de organización y cooperativismo, en la actualidad los pescadores se mantienen firmes junto con el acompañamiento de organismos del Estado como el INTA, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, y los fondos de la Fundación Humedales Wetlands International.

“Históricamente los municipios le dieron la espalda a la pesca y el Estado le dio la espalda a la pesca artesanal de río. No existe una legislación que contemple la pesca lacustre, la que hay se centra en la de mar. Hoy gracias a la intervención del INTA en la zona, los pescadores buscan otras alternativas de remuneración para paliar la situación. “Cuando se puede, el pescador compra un chancho, tiene su huerta, algunos cajones de colmenas y así la va peleando para llegar a fin de mes”. informa Eduardo Miño.

El 7 de diciembre del 2021 varias cooperativas de pesca artesanal se movilizaron frente al congreso donde vendían sus producciones: El Pescadazo.

“Nosotros necesitamos herramientas para mantener esta actividad, el trabajo es entre todos.También tener una buena relación con Prefectura es importante para que el pescador pueda realizar su trabajo sin problemas. Después de lo que se ha hecho desde las organizaciones, ahora sí nos están mirando realmente. Ellos sabían que estábamos, pero no nos querían ver”, concluye Miño.

INTA Delta junto al pescador

“La vida de las familias de los pescadores es la naturalización de su condición como isleños. Existen muchas adversidades, el difícil acceso a la educación o la exclusión a la salud pública, que solo lo conocen los que no viven en el continente», relata Juan Correa técnico de INTA Delta.

Ser pescador es una cuestión netamente cultural. La gran mayoría de quienes pescan hoy son descendientes de pescadores. Es un arte que se está perdiendo porque, según explica Juan, no hay nuevas generaciones. Los que vuelven a las isla es porque ya sus hijos son grandes y solo saben esta práctica, así que abandonan el continente: “no tienen luz, agua potable o gas, pero ganan calma y trabajo” comenta Juan.

“Aunque el pescador es individualista por naturaleza, porque es sólo él contra el río, recibe apoyo idóneo del INTA desde 2013. Empezamos con grupos de Cambio Rural que, aunque no duraron mucho, ayudaron a que se proyectara una organización”, explica el personal idóneo de INTA.

La pesca artesanal brinda alimento natural, es un producto totalmente orgánico. La piscicultura es la industrialización de un alimento que hoy sigue siendo natural. “Ellos pescan en “canchas” que son hereditarias: rastrean y limpian el fondo del río (aprox. 200 m de profundidad) para que las redes no se enganchen. Cuando es época de boga tiran maíz. Serían su “terreno de siembra”. Lo regularizan ellos mismos, el río y el pescado no tiene nombre pero son una comunidad muy organizada”, comenta.

Los logros que se han producido a lo largo de años de lucha por la visibilidad del sector y por la participación del Estado en la actividad son la incorporación del registro, las asociaciones, el monotributo, las capacitaciones de manipulación de las piezas y del valor agregado al producto. “Se han hecho ferias donde el pescador vende el pescado fresco o los productos elaborados, se realizan reuniones para conocer lo que se necesita y todo lo que se plantea como actividad para el sector, lo deciden ellos”, expresa Juan.

El trabajo que se realiza desde el INTA es desde el acompañamiento a la organización y para la proyección de un espacio físico en la terminal portuaria de San Pedro. Se presentó un proyecto junto con el gobierno de la provincia de Buenos Aires para la instalación de una Terminal Pesquera. Un espacio donde los pescadores llegan con su producción y desde ahí hallar la forma de la comercialización en conjunto, debido a que sino quedan al servicio del acopiador.

“De esa manera se podría tener control de capturas, con mediciones y hacer un desarrollo sobre la pesca fluvial y con una política social. Hasta ahora no había apoyo a la actividad, la única salida es la modernización del sector, el ordenamiento se va a ir dando y tiene que ser con la participación de los pescadores”, concluye Juan.

Mónica Gómez

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