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lunes, 6 mayo, 2024

Romina Castro: La deficiencia hídrica en Catamarca es un desafío del día a día

(Por Mónica Gómez)

En Colonia del Valle, al sur de la provincia de Catamarca, la tierra es semiárida, arenosa y se seca muy rápido. Los campos son extensas superficies que mantienen un color verde amarillento y, en el horizonte, se asoma, como un límite para los ojos que se asombran de tanta inmensidad, la naciente cadena montañosa del Ambato.

En esta localidad del departamento Capayán que cuenta con casi 800 habitantes, Romina Castro, de 42 años, vive desde muy pequeña. Recuerda que nació en el departamento Belén, de esta provincia, y que se mudó a la Colonia junto con sus padres: “hacíamos agricultura familiar: teníamos huerta, las plantas de duraznos, preparábamos dulces, escabeches. También dos vacas para la leche, la cual vendíamos. Mi mamá estaba en la cosecha, todos trabajábamos en la tierra, de la misma manera que actualmente; con mi familia, mi esposo Jorge y mis tres hijos Lucas Julieta y Mateo nos dedicamos a la ganadería y forrajería”. Se distingue como una mujer serena, por su voz suave con tonada catamarqueña.  Mientras de fondo se escucha el cacareo del gallo que tienen en su campo.

La provincia de Catamarca mantiene como tradición  la producción de olivas, nogal, algodón y cítricos como actividad principal. Vivir en la colonia y dedicarse al campo se convierte en un esfuerzo constante debido a la falta de un recurso tan valioso como es el agua. “Con el cultivo del forraje la luchamos, vivimos en un lugar muy seco y dependemos del agua del dique Las Pirquitas. Siempre estamos con miedo por la afluencia de los ríos para disponer del caudal. Tenemos agua cada 4 días por unas horas, con eso debemos mantener nuestras plantaciones. No importa si es por la madrugada o por la mañana. Por eso decimos que es un desafío pero no es imposible. Acá lo hacemos a pulmón, con satisfacción y esperanzados de que en algún momento la situación del agua mejore”, cuenta.

Las condiciones de cartera productiva catamarqueña son muy difíciles y está ganadera lo explica así: “Somos todos pequeños productores. El que más tiene, son 50 vientres. En un momento se habló de formar un grupo para realizar las ventas pero eso no prosperó; así que cada ganadero vende su hacienda. Son animales para recría y el precio lo peleamos individualmente. Hay veces que se puede vender a buen precio y otras, cuando hay escasez de pasto, no. Terminas vendiendo todo porque tenés la obligación de sacarte de encima el animal para no perder tu trabajo”.

El gran reto para un productor en este país, es contar con las condiciones productivas para que un cultivo se desarrolle, que deberían ser consecuencias de un sistema que las propicie. En países como Argentina, donde el clima varía en cada punto cardinal, es necesario contar con políticas de planificación de recursos para que el productor se sienta respaldado con un proyecto de siembra a largo plazo. Lastimosamente son muy pocos los lugares que cuentan con estas estrategias. “Lo que hacemos no alcanza ni siquiera para comprarme las herramientas o maquinarias.  Así, ser independiente, porque al final, lo que producimos solo cubre las necesidades básicas, pero con eso no logramos ni crecer, ahora, ni hablar de proyectar para las nuevas generaciones”.

Así lo explica esta productora que no baja los brazos: “muchos son los errores que vamos sorteando de a poco y que nos enseñan a seguir adelante con perseverancia; todo es un desafío y sé que en muchos lugares es así.  El problema principal es el agua pero también  situaciones como la gran demanda del equipo de maquinarias para lograr un trabajo de calidad y la poca disponibilidad de las mismas o en este caso la enfardadora, nos retrasan el trabajo. Si lo haces con un particular, se te llevan hasta el 50 por ciento de la producción de fardo, pero a veces, lo tenemos que hacer, no hay otra alternativa para no perder la cosecha. Otras, los cortamos a pulmón y los vamos apilando”

El campo es un bien familiar donde, cuantas más manos se unen, más fuerte se construye: “con mi marido, mi tío y mi suegro decidimos producir juntos para que se nos alivie el trabajo. Como cada  familia cuenta con 4 hectáreas de tierra y entre las tres llegamos a 12,  la pastura se hace rotativamente entre cada parcela. Con la experiencia que ellos tienen nos van guiando y nos enseñan el manejo. También tenemos un pequeño feedlot de 5 animales, de eso se hacen cargo mis hijos. Y,  otra de las carencias en el trabajo es la de organizar las pariciones para contar con una gran cantidad de animales y, así, distinguir cuales se destinan a la cría o a la reproducción. A medida que van naciendo los terneros vamos manejando la cantidad de animales para disponer para la venta”, relata Romina.

 

La deuda interna

 

La ganadería tiene una cuota pendiente en ese territorio. Existen programas como el Plan Ganadero Federal que fomentan la iniciativa de mejorar la productividad, aumentando el agregado de valor en toda la cadena y así incorporar tecnología e innovación. Todo esto  con la premisa de desarrollar sosteniblemente esta actividad y fortalecer el consumo de los productos derivados de la carne bovina. Aun así, en comunidades, como en las que vive Romina, todavía los pequeños productores sufren la falta de acciones: “tenemos muchas dificultades, contamos con un sistema de riego alimentado por un canal que viene del dique hasta aquí. Atraviesa un largo camino, pasa por tres departamentos y termina en nuestra localidad. Con ese sistema manejamos el riego de los cultivos para la comida de las vacas. Así que imaginate cómo dependemos del agua hasta en lo más básico”, explica.

La deficiencia en las prácticas y la necesidad de capacitaciones o asesoramiento hace replantearse cómo se distribuye, en las colonias catamarqueñas y a lo largo del país, el modelo productivo deseado. En esta zona, con el plan Toro, fueron beneficiados en cuestiones como la genética, la implementación de silos y la introducción de maíz a la producción: “se introdujeron esas mejoras, pero el campo es chico y cuando siembras maíz te quedas sin espacio para la pastura de los animales. Y yo lo que quiero hacer es ganadería, es a lo que me dedico”, enfatiza.

“Cuando mis tres hijos ven que el alfa (alfalfa) se cae, que vas perdiendo la cosecha que es el alimento de la hacienda, cuando ven que no hay maquinarias y que pagan poco por el animal, no quieren seguir con el campo. Ellos están estudiando y en su tiempo libre nos ayudan pero no ven futuro en esto y es una pena. Creo que este desinterés es por falta de políticas a largo plazo y acciones concretas para el sector ganadero. Si hubiera interés podríamos tener mejores condiciones y, así, producir para el mercado provincial y regional”, concluye Romina; quien anhela con mucha fe que se reconozca al sector y el progreso haga que la ganadería tome el valor del sacrificio que ellos realizan a diario.

          Mónica Gómez

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