(Por Lic. Marina Suárez)
La teoría del etiquetamiento o “labeling approach” se enmarca dentro de la sociología de la desviación, postulados teóricos que se desarrollaron en los Estados Unidos a lo largo del siglo xx por sociólogos como Edwin Lemert y Howard Becker, entre otros. Estos investigadores centraron sus estudios en desgranar la conducta de los ciudadanos que realizaban conductas ilícitas, lo que suponían estas para el orden social y los vínculos que se generaban entre las medidas que adoptaba el Estado para la prevención de los crímenes y la propia comisión de delitos como consecuencia o reacción a determinadas intervenciones.
Esta teoría supone un cambio de orientación en la forma de estudiar tanto la conducta del delincuente como el efecto que las normas de control y el eco social que generan las infracciones sobre el delincuente.
Los sociólogos empiezan entonces a estudiar que supone una desviación, las distintas interpretaciones que los grupos sociales dan a estas desobediencias de las normas y como afecta a una persona el hecho de criminalizar un comportamiento, pudiendo lesionar determinados intereses como el hecho de lograr su reinserción y evitar que reincida en la comisión de ciertas conductas.
Así los teóricos del etiquetamiento social empiezan a tener en cuenta los planteamientos como la propia definición de los comportamientos que se consideran delito, las consecuencias que tiene para una persona el cumplimiento de determinas penas a causa de esas infracciones y en los efectos que tiene para una persona ser etiquetada como desviada, analizan si la propia etiqueta del criminal puede retroalimentar la conducta delictiva llegando así al concepto de estigma. La imagen que se forma una persona por si misma está influenciada por su interacción con los demás, y por lo tanto llegara a actuar movido por lo que se espera de él, por la visión que se tiene de él. El impacto de la teoría del etiquetamiento sobre los estudios criminológicos es enorme. La huella que ese estigma puede dejar sobre una persona puede empujarle a realizar precisamente los actos en los que ha sido “etiquetado”. El estudio de este tipo de personalidades y conductas lleva a los criminólogos a trazar patrones de conducta y elaborar perfiles de gran utilidad desde el punto de vista procesal y para desarrollar programas de tratamiento terapéutico y de prevención de delitos.
