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martes, 19 marzo, 2024

Noemí Romero: mujer del Sur, mujer del campo

(Por Mónica Gómez)

Solas los 365 días, las 24 horas. Solas, acarrean animales de gran porte: son veterinarias, contadoras o agrónomas y son ellas quienes cuidan o resguardan sus crías. Solas caminan sobre la tierra seca, cultivan al pie de la montaña o se mueven entre la nieve como anfibios en el agua. Ellas: no son dos, ni tres, ni mil, no son números; son mujeres patagónicas que luchan ante las condiciones más desafiantes, que se arraigan, aman su lugar y resisten.

Entre picos de nieve, viento que aúlla y lagos cristalinos que se congelan e inviernos crudos vive Noemí Romero. En su campo “Puesto el Nano”, bautizado en honor a su padre, en la localidad de Aluminé en Neuquén, se dedica a la ganadería, pasión que desde chica supo cultivar.  Mimi para los que la conocen es una joven, madre, abuela, hija, hermana, familiera y mujer rural. La acompañan sus animales en ese rincón del mundo, donde vivieron sus padres Orlando y Teresa quien falleció hace dos años. Junto a su familia continúan con el legado: “crío vacas y en el tiempo de ordeñe vendemos la leche, pero no se puede hacer quesos porque son criollas y no tamberas. Para mi papá y mis hermanos Yanina, Silvia, Hector y Eliana ya fallecida, los animales son parte de nosotros al igual que el campo. Es por eso que no hay día en que no me levanté preocupada mirando el cielo para ver si nieva, llueve o hay viento. Producir por estos lados es un desafío”, comentó.

Hija de “crianceros”-criadores ganaderos-, retornó a la casa de sus padres cuando su madre enfermó. Hoy, con su padre de 83 años que mira todo lo construido con sus manos, marca junto a sus hermanos el camino guiado por esta herencia cultural: “Cuando cumplí once años, fui a estudiar a Tierra del Fuego. Después tuve que volver para ayudarlo y ahí formé una pareja. Luego me separé y me quedé con mi hija. Desde ahí me dediqué a hacer esto: siento que ser mujer no es un condicionante para llevar adelante un campo. Aunque es lindo, es muy sacrificado y pasan situaciones muy tristes como la muerte de los animales o las condiciones climáticas”, relata Noemi.

En ese rincón sureño, al pie de la cordillera, costeado por el azul del lago Pulmari, Mimi tiene caballos, cabras, gallinas, corderos y ovejas. Produce pastos para alimento en invierno, quinta de frutales y una huerta. Los turistas llegan a conocer el lugar y adquieren huevos, leches, pollos, verduras o corderos carneados.

“Vivo sola y si bien me ayudan con el trabajo, nunca me acobardé por ser mujer. Cada logro es una satisfacción: se aprende día a día. Muchas veces no hay tiempo para que venga el veterinario y tenés que actuar. Cuando las vacas no podían parir, las ayudaba con mis propias manos a hacerlo; operé ovejas para poder sacarle los corderitos porque eran muy grandes, preparé el forraje para la época invernal, pero con el correr de los años, el coraje es más fuerte.  Al campo lo podemos administrar nosotras: eso me inculcó mi papá y mi mamá”, reconoce Mimi.

Puesto “El Nano” es el lugar elegido por los vecinos para la tradicional Fiesta de la Yerra que representa la celebración del hombre de campo, los 31 de diciembre. Allí la comunidad campera se reúne dentro de los corales a lanzar las  “pialadas”. “Mantener las tradiciones es muy importante para la familia, hoy veo a nieta hermosa de 15 meses jugar entre los corrales, a mi hija orgullosa de nuestra tarea y trato de demostrarles que, aunque digan que esto es cosa de hombres, soy mujer y lo puedo lograr”.

Mimi está nominada a los premios Lía Encalada organizados por Mujeres de la Ruralidad Argentina, producto de su historia llena de resiliencia, fortaleza y mucha valentía la cual relata con una voz dulce: “cuando la nieve tapa la casa y llega a un metro, lo primero que pienso es en mis animales. Imaginate que estoy a 59 km del pueblo:  en la zona somos pocos, recién tuvimos luz en 2019. Cocino con garrafa y la calefacción es a leña, acá el agua viene de un arroyo y se carga en un tanque de mil litros y desde ahí viene en manguera por declive. No hay señal de celular e Internet no es muy bueno.  Muchas veces el invierno es duro, pero también se puede ser feliz con estas labores”, cuenta conmovida.

Noemi señala que el clima es un reto constante para ella y su producción: en invierno ella sale a trabajar desde muy temprano cuando el sol todavía ni asoma, y por las tardes continúa con los cuidados a pesar del frío y de la noche porque oscurece temprano. “Al haber tanta nieve, el animal corre peligro, y cuando se pasan de hambre comen ganchos de araucaria, el árbol que da el piñón y se atoran. Si no podés hacer que respire bien, hay que faenarlo”.

A su vez agrega que en esta zona cordillerana el calor es cada vez más intenso y las temperaturas subieron como nunca antes: “tenemos ríos cercanos pero cada vez más secos”, dice con preocupación.

“Para mí el trabajo en el campo es continuar una tradición familiar, es lo que amo hacer, desde que me levanto hasta que me acuesto estoy pendiente de este lugar, de los animales y de la comunidad rural que habita esta zona. Más allá de ser mi sustento, resulta una elección de vida”, concluye Noemi.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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