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miércoles, 1 mayo, 2024

Guillermina Soler: la joven que regresó al campo familiar para darle vida a los perales abandonados

(Por Mónica Gómez)

Son tiempos en los que se habla de desarraigo, de falta de proyección y de incertidumbre. Tiempos en los cuales la nación sufre el éxodo de sus jóvenes que salen del campo a la ciudad e incluso del mismo país, ahí es necesario reconocer y distinguir el poder de muchos otros que, por distintos motivos, vuelven a la tierra natal. Son jóvenes de mediana edad que retornan a su tierra natal con vistas a un futuro mejor, un futuro de trabajo. Lo fundamental de este volver es que esta parte de la población creció con una conducta y un pensamiento crítico. Priorizando las técnicas de producción basadas en una conciencia social y ecológica formada a lo largo de los años. Esto brinda un nuevo paradigma en la construcción de procedimientos sustentables con valor agregado ligados a un consumo responsable.

Hace 10 meses Guillermina Soler tomó la decisión de volver a vivir al campo de la familia, suelo donde transitó sus  20 años y en el que hoy, junto a su pareja Santiago, lleva adelante el resurgimiento de los perales familiares.  Ella, es el  vivo ejemplo de que el camino del sector agropecuario está latente en aquellos que son parte de él por historia y tradición: “actualmente vivo en Bartolomé Bavio,  partido de Magdalena, provincia de Buenos Aires en el campo de mis papás. Estamos a 40 km de La Plata, aquí es donde me crié, esto es entre  pueblo y  ciudad.  Mis viejos se mudaron  en el año 97, la casa era muy antigua y la tierra  no estaba explotada. De a poco fueron sembrando y haciendo crecer la plantación”, cuenta esta joven que volvió al campo después de recibirse de acompañante terapéutico.

 

Con 23 años,  ella apuesta a la producción de peras Williams, cultivo que tiempo atrás dio inicio su padre: “soy hija única. Cuando  se mudaron aquí se les ocurrió plantar una hectárea de peras asiáticas y otra, del otro lado de la casa, de peras Williams. Por mucho tiempo, las peras asiáticas fueron el ingreso económico de la familia. Las producíamos y vendíamos con mi mamá. Fuimos a todas las verdulerías de la zona,  de la ciudad de La Plata y de Magdalena.  Dejábamos  los cajones  en muchos puntos de venta.  A  partir de las problemáticas que sufrimos con los loros, las hormigas y las plagas tuvimos que desistir, en ese momento solo éramos tres para el trabajo en el campo y la venta. No podíamos con todas las tareas”, reconoce Guillermina.

 

El fortalecimiento del aprendizaje de las prácticas agrícolas en la escuela primaria y secundaria son de gran importancia para que muchos de los jóvenes que retornan  puedan desempeñarse sin miedos ni tabúes: “pasé toda mi infancia aquí,  Fui a la escuela rural y  agropecuaria. A los 19  años me mudé a Magdalena para estudiar, viví cuatro años allá y a partir de la pandemia volvimos. En cuanto llegamos vimos que la plantación de peras asiáticas estaba devastada  y el peral Williams, semi abandonado, me llenó de tristeza. Mi papá en ese momento no se podía hacer cargo, había más de 100 plantas. El pastizal estaba crecido y no teníamos maquinaria para cortarlo. Era imposible caminar entre ellas, cuidarlas o podarlas. Y un día pensé por qué no ser yo quien les diera vida nuevamente y así fue como comenzamos”.

 

El resurgimiento de lo que antiguamente fue el motor productivo de la familia, sin duda no es una tarea difícil. Pero Guillermina, con su corta edad, está consciente de que es un trabajo que vale la pena: “empecé a investigar acerca de las  plantas, la época de poda y el rebrote. Yo sé lo básico y mi papá me iba asesorando. En agosto y septiembre me puse al hombro el machete y las tijeras para podarlas en dos meses. Todo esto lo hicimos entre mi pareja y yo y fue impactante para mi familia ver el antes y el después. Se notaba cuando había una parte podada y otra no. Nos asombra ver  las hojas nuevas,  tiene los brotes, fue algo que los llenó de orgullo a todos”, cuenta.

 

Brindarles el espacio y la oportunidad a las nuevas generaciones hace que el sector y la  productividad se fortalezca: “mi esposo trabaja en otra cosa. Volvimos porque mis papás nos dieron la oportunidad de tener una casa y nuestro lugar. Así que hoy mi mamá tiene su huerta y yo tengo la mía. Me siento agradecida de tenerlos cerca de mí. Llevar adelante esta producción para mí es una de las cosas que más me gratifican en este momento”, relata con orgullo.

 

Ellos proyectan que la cadena productiva del peral sea el respaldo económico de la familia a futuro, es el objetivo y juntos festejan con entusiasmo el paso a paso de un sueño. Tan así es, que detallan en sus redes sociales los logros y el crecimiento  del cultivo. “Todo esto es muy incipiente,  pero lo vivimos con mucha pasión. Me da alegría pensar en las primeras frutas hechas mermelada o en conservas. Espero poder vivir de esto y que mis hijos se críen en un lugar tan feliz como en el que yo crecí”,  concluye Guillermina.

 

Las políticas públicas y de acción son necesarias para fomentar y acompañar a los jóvenes que desean retornar a sus raíces y emprender.  La migración que viven los mismos  -y que algunos ven como casi obligatoria- puede revertirse: reconociendo su capacidad y fomentando nuevas metodologías de trabajo que mejoren su perspectiva a largo plazo. Darles voz, espacio y consenso en el sector puede generar un lugar propicio para atraer la juventud a su terruño de origen.

Mónica Gómez

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