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Nueve de Julio
viernes, 26 abril, 2024

Los invisibles

(Por Fabián Beltrán)

“Lo esencial es invisible a los ojos” diría el mítico Principito, y vaya que es así, hasta en el fútbol se cumple esa máxima de don Saint Exupéry. Hoy los dichos del aventurero francés se palpan en Patricios, se perciben, se huelen en todo el ambiente, desde los viejos talleres pasando por la estación, las vías y la gran avenida del “Corso”, donde aún retumban los gritos de Compañía Campeón.

Los seres visibles, encabezados por el gran Mingo Pédula, hecho a la medida de Patricios y de la Locomotora, tipo silencioso, trabajador y humilde, si hasta parece ferroviario, si te dice que es maquinista o foguista le creés seguro, y luego la lista de jugadores encabezados por “el Carregol”, jugador distinto, diría algún viejo relator “de galera y bastón” o alguno más contemporáneo, “de que planeta viniste” y en ellos dos significo a todos “los visibles”.

Los que ves los domingos, con el manto sagrado puesto, y te hacen olvidar del gas, de la nafta, y de que pasaron 47 años del último campeonato y seguimos sin acceso y hasta nos robaron el tren.

Y están después, los invisibles, aquellos que son “esenciales” para que “Carreta” se canse de hacer goles, Fede Mazzola tape 10 “mano a mano” o Marquitos Toledo desparrame fútbol en cualquier cancha.

Esos “invisibles esenciales” no corren detrás de la redonda, no tiran caños, no se ponen la camiseta, pero la tienen tatuada en el corazón, son dirigentes-hinchas que aman su club, sin importarles malas campañas, finales perdidas. Ellos están siempre, en las buenas y en las otras; son los que te mantienen la cancha, verde como nunca, envidia de muchos, atienden la cantina, hacen choripanes, venden rifas, trabajan incansablemente y no dudan en meter la mano en su bolsillo cuando no alcanza para comprar, lo que haga falta. Son los que se definen como “hombres y mujeres orquesta”, cancheros, utileros, asadores, vendedores de rifas, cantineros, cobradores de entrada y todo lo que se necesite para el club. Es por ello que en este reconocimiento los vamos a hacer visibles: Marcelo “Pipu” Alem, arquero histórico del club, que dejó los guantes para ponerse el overol y estar siempre, hijo de grandes colaboradores del club, don Manuel Alem y Norma Zarza. Horacio Marcos, ex jugador del Club y uno de los campeones del 71, hace 47 años lo vivió como jugador, hoy como dirigente. Juan Carlos Quiroga, Joselo Pérez, Ezequiel Rodríguez, Juan Mosqueira, Marcelo Chávez, Alejandro Molina, Pablo Beltrán y Ricardo Curti. Y el plantel femenino: Analía Vilas, Mariana Alem, Marta Geréz, María Quiroga, Marina Cereceda y Graciela, mamá de Marquitos Greco, encargada de que los equipos luzcan fantásticos.

Vaya un reconocimiento especial al Gran Carlitos Medina, que  seguro disfrutó de este campeonato desde otro lugar.

A todos ellos vaya nuestro agradecimiento eterno.

 

¡HOY SOMOS TODOS DEL COMPA!

(Por Fabián Beltrán, escrito antes de salir campeones)

Anoche no podía dormir y me escapé un ratito al cielo, quería saber si allá también se jugaba «el partido». Cuando llegué lo primero que ví fue al señor de pelo y barba blanca hasta el pecho (si, existe), ese tal San Pedro; ni ahí de dejarme pasar, por más que pedí, argumenté y supliqué, pensé para mí «que chabón duro», no sabía cómo entrarle hasta que ví un cuadrito colgado de la pared, una gran locomotora y el mensaje «que vuelva el tren». Le dije:- Mirá, soy de Compañía. Me miró asombrado y bien argento dijo:-«Papá, hubieses empezado por ahí, asomate y mirá un ratito, ya están ultimando los detalles».

Sorpresa enorme, la cancha especialmente verde, bien verde, a un costadito con la bolsita de los mandados en su brazo derecho, de pañuelito al cuello, el incansable Carlitos Medina terminaba de marcar la cancha y se disponía a sacar las «rosetas rebeldes» que aún quedaban, y ahí escucho un terrible bozarrón que decía:- Dejalas, dejalas, que sepan como juegan 11 valientes, y se sientan visitantes, era el Negro Rosales «Chichongo», mientras el gringo Rebottaro y Eleodoro Alonso, muertos de risa, terminaban de arreglar los últimos detalles del alambrado olímpico.

A un costado lo veo a Don Santos Diaz y a Carlos López controlando que todo estuviera bien, como aquellas tardes del 52.

Mientras Yiyo Cirigliano terminaba de arreglar las pelotas y darle color, Cipriano a un costado ya estaba recordando a la madre, la abuela y todos los parientes de los pobres árbitros que hoy lo van a escuchar.

Detrás del arco, Ramón Campos acariciaba las cuerdas de su guitarra ensayando un poema que decía «Hasta el cielo tiene hoy los colores de compañía» y el Cholo Pérez con los libros de secretario de compañía en el cielo, preparaba los festejos y el baile de la noche; creo que empezaba así: primero todos al boliche de la «Chunga» y de ahí, en el bajo, de caravana hasta el club, ahí va a estar «El Gurru», mi viejo, con la Esther y todo listo. Seguramente también la tía Isabel diciendo:-Hoy va a venir más gente que cuando vino Tormenta, todos nerviosos corriendo de acá para allá. -Estos del fortín son bravos-, decía cuerito Fernández y don García Vera asentía con la cabeza mientras colocaba una bandera enorme donde se leía «arriba el expreso».

Los nervios me carcomían a mí también, hasta que llegó el colectivo inmaculado de la empresa el pullman y empezaron a bajar uno a uno en fila india. Ahora me hablan de Armani, de Andrada, de Chiquito Romero, pero al primero que vi fue al Patón Michelena, ¡Qué presencia mamita!, y atrás el Lito Moreno, el perro Gómez, Coco Mauría, el negro Ruíz, el capitán Herrera, Fernandez, Ortelli, Malagana, el pelado Mendoza y el gran Tito Formallo, dije, ¡Hoy no podemos perder!.

Cuando ya el señor de pelo y barba blanca me toca el hombro y me dice:- Dale, dale-, veo que entraba un montón de gente, todos de rojo y blanco. Encabezados por el negro Loureiro y Mateo Servera; el Negro le grita al pelado Mendoza:-Si hay un penal lo pateo yo, «de rabona», y si falta un delantero ponelo a Mateo. En esa fila interminable venía Palito Alberca, don Santos Catcof, Aníbal y Nora Aniasi, que lucía un peinado rojo y blanco que sería la envidia hasta de la diva de los almuerzos. Pensé para mí: «acá se pudre todo», pero me tranquilizó la voz del negro Loureiro que paró, se dió vuelta, los miró a todos y les dijo: -«EH, ESTO ES PATRICIOS, HOY SOMOS TODOS DE COMPAÑÍA».

 

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