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jueves, 28 marzo, 2024

San Valentín

(Por La Loba Esteparia)

Se acerca San Valentín y en todos lados vemos ofertas de vuelos, de hotelería, de restaurantes, de joyería, de arte, de flores y ramos, de ropas, de espectáculos, de chocolatería, de perfumería, de TODO para regalar o regalarse. Porque si de algo sabe el mercado es de inclusión; se dirige y apela tanto a la persona enamorada que tiene pareja, como a la persona que está sola y busca pareja o le gusta alguien (es más, te incita a que te declares ese día con un regalo), como también a la persona que está sola y es feliz con su soltería (“sé tu propio San Valentín”, auspiciado por sextoys.com., “Nada como viajar solo en San Valentín para conocer tu interior”, auspiciado por talitaytraveller.com). El mercado tiene su oferta generosa y diversa para las personas que son pro San Valentín, para los anti San Valentín y para los que ni fu, ni fa. Pero no vine a hablar del mercado. Eso sería una trampa casi mortal que me haría caer en la argumentación y no tengo ninguna intención de persuadir a nadie de nada.

Estos días pasados estuve mirando algunas pelis para ver si encontraba alguna idea para explotar [es bueno siempre buscar disparadores que nos ayuden con el proceso creativo]. Busqué algunas nomencladas bajo la nómina: “Películas Anti San Valentín”. No sé a quién le pagan para taxonomizar los géneros cinematográficos, pero les aseguro que esas pelis están mal categorizadas y son la paradoja en sí mismas. El prefijo “anti” significa “oposición” y aunque se desconozca el significado literal de este morfema, cuando lo vemos (o escuchamos) comprendemos que su estructura lógica es:

X se opone a Y; 

“películas que se oponen a San Valentín”, en nuestro ejemplo. Esto nos lleva a inferir que vamos a ver un film relacionado con el desprecio y la oposición hacia la fecha del día de los enamorados. Pero no. Estas pelis son todo lo contrario al razonamiento previo que hicimos antes de darles play. Se tratan más bien de protagonistas losers que suman muchísimos desamores, y que al final, muy al final, ganan la batalla contra lo soltería [que sea una batalla o que no lo sea, es sólo una cuestión de actitud] y conocen al amor de sus vidas y estos amores son de la magnitud e intensidad del amor de John y Yoko ya que tienen que contrarrestar tanto sufrimiento padecido por las previas decepciones amorosas. No hay nada más pro San Valentín que las películas anti San Valentín [habláme de paradojas!]. “Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”, dijo Julio. ¿Se puede jugar al amor como quien juega póker? “Hoy me enamoro y chau”. No creo que se pueda elegir entre enamorarse o no. El amor no es volitivo. No hay que hacer nada para que pase. Pasa. Si la vida me va a compensar -como en esas pelis- por todo el desamor sufrido, no va a existir ningún Lennon que aguante.

Casi no tuve experiencias de amor correspondido, real y/o adulto en lo que llevo vivido de mi vida. Digo casi porque sería injusta si no menciono a mi único novio oficial de la adolescencia (nos quisimos mucho, por cierto), o a mi primer amor pre-adolescente. Yo tenía doce y él quince y la fogata enorme y bailamos lambada y cantamos algunas de Los Beatles (las que él se sabía tocar en la guitarra) y amanecimos sentados uno al lado del otro, mudos de vergüenza, inexperiencia, miedo y alienación… y nos quedamos así… sin poder articular una palabra y temblando cada vez que nuestros brazos se rozaban y sintiendo como los vellos de nuestros antebrazos se erizaban por la corriente estática que se producía entre nosotros. Nos escribimos cartas de amor durante muchos años, cajas y más cajas de cartas de amor que traía semanalmente el cartero en bici y a quien yo relojeaba desde el balcón que teníamos en la casa que alquilábamos en Mitre. Nunca estuvimos juntos. Nunca fuimos una pareja. Nunca fuimos novios y nunca ni siquiera lo intentamos.

En realidad yo nunca fui la pareja de nadie. Tengo un cartel en la frente [tengo varios, ya que vivimos en una micro-sociedad a la que le encanta poner etiquetas] que dice: “la que nunca tuvo novio”, como el tango. Una mezcla de Forever Alone y Cien Años de Soledad.  Mi viejo siempre me dice: “sí, pero vos no sos ninguna solterona;  sos soltera y punto”. Parece que las solteronas nunca tuvieron la alegría proveniente del deseo carnal [¡ni dios lo permita!]. Yo también trato de buscar alegría por otro lado, porque si espero la proveniente de satisfacer esas necesidades primitivas, me la pasaría muy muy muy triste…

 En el año 2015 el 14 de febrero cayó día sábado. Los últimos diez años había estado viviendo en La Plata. Hacía sólo cuatro meses que había vuelto a la querencia, al nueve, como cariñosamente lo llamamos los que somos de acá o vivimos acá. Traía el corazón en la mano chorreando desamor y locura. Pesaba cincuenta kilos. Ese día a las seis de la tarde sonó el portero: “soy yo; abríme”. Era él, “el platense”, y estaba ahí  afuera en la vereda tocando mi timbre. No podía echarlo. Él me despreciaba pero yo lo amaba [y le huía, pero ese es tema para otro texto]. Fuimos a la Fiesta del Matambre al Provin. No volvimos a vernos desde entonces. En el año 2016, un año después [y treinta kilos después], la Fiesta del Matambre cayó un 6 de febrero. Había logrado entonces un poquito de estabilidad emocional y no tuve mejor idea que ir sola con el termo y una reposera a la fiesta popular vecina. Acomodé mis petates, me pedí un sándwich y me senté a mirar el show y a degustar la carne asada. Di dos bocados para nada frugales y una lágrima gorda me rodó por la mejilla… a esa lágrima le siguió un histérico ataque de llanto con gritos. Lo patético fue que ni siquiera eso impidió que yo dejara de comer. [Habláme de obesidad!] Cuando me di cuenta de que mucha gente me miraba entre asqueada y escéptica, decidí levantar campamento. Me fui con todas las cosas hasta la caja (siempre llorando porque yo de cancer ascendente capricornio y luna en géminis) y me pedí otro sándwich de matambre [estaba buenísimo]. Me fui haciendo malabares con todo hasta el auto en donde me senté a comer a gusto y a llorar ídem.

Pasaron tres años desde entonces. Me siento calma y curada del desamor…  no de la obesidad que parece que vino para instalarse [por cierto, la menopausia es algo terrible]. No sé bien cómo fue que pasó, ni cuándo dejó de dolerme, ni cuándo exactamente fue que empecé a disfrutar de la soltería y de mi simple existencia (no tengo descendencia)… Este año, 2019, la festividad me encontró bailando carnavalitos y huaynos sin descanso y sin nostalgia. Fui sola con el termo, el mate y la reposera, pero casi no me senté… La libido con toda su fuerza brutal y creadora se hace presente en mi vida a través de muchas formas… y todas estas formas son buenas, propias, plenas y puras. Se presenta en un baile, en un texto, en una comida, en un pan casero, en una canción cantada, en un cantero de aromáticas en flor. “Debes amar la arena que va en tus manos, debes amar su arena hasta la locura”, dijo el trovador y la verdad es que amor tenés que tener hasta para preparar un guiso o un mate si tenés la intención de que salgan buenos. Tiene razón el mercado en incluirnos a todos. Nadie se escapa del amor, che.  

La Loba Esteparia

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