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viernes, 29 marzo, 2024

Destinos: Brasil

(por Cecilia Lastiri)

Pernambuco, costa Nordeste

Un litoral de 187 km. con playas soñadas y algunos de los paisajes más lindos de la extensa costa brasileña. Ciudades ricas en historia, arquitectura y cultura. Y el deseado paraíso insular de Fernando de Noronha, meca de buzos y amantes de la naturaleza. Estas son algunas de las bellezas del estado que se completa con un intenso patrimonio inmaterial que le da al destino una identidad sin par. 

RECIFE, LA CAPITAL DE LOS PUENTES. 

Lo primero que llama la atención son sus puentes, que le valen ser conocida como “La Venecia de América”. Es que Recife se asentó originalmente sobre tres islas formadas por las desembocaduras de varios ríos. Sobre ese singular paisaje se encuentra esta ciudad, también original en belleza y cultura.

El casco antiguo merece una visita: allí es necesario conocer el Marco Zero, que señala el inicio de las rutas y caminos del Estado.En frente, sobre la costa, se sitúan los bares y restaurantes y una entretenida feria de artesanías. Es casi obligatorio fotografiarse en el escenario que combina el horizonte de agua con los puentes y el cartel con el nombre de la ciudad. Sobresale también la primera sinagoga de América, la KahalZur Israel, levantada en 1637 sobre la Rua do BomJesus (en ese entonces Rua dos Judeus) por judíos llegados de Ámsterdam para vivir en la ciudad. Es que Recife fue ocupada durante más de 20 años por colonos holandeses y de aquella época se conserva una valiosa herencia arquitectónica, además de no pocos habitantes de cabellos llamativamente rubios y ojos claros. Otra edificación interesante es la Torre Malakoff, uno de los símbolos de la ciudad, antes observatorio astronómico y hoy devenida en centro cultural.

De la rica arquitectura religiosa sobresale el Patio de São Pedro, rodeado de casas coloniales de los siglos XVIII y XIX y presidido por la Catedral de São Pedro dos Clérigos. Junto al Palacio del Gobernador destaca también la Capilla Dorada, de impactante estilo barroco y levantada a fines del siglo XVII, que recibe su nombre porque –aseguran– tiene en su interior más oro que cualquier otra iglesia de Brasil.

Un tour en catamarán permite apreciar la colorida ciudad desde el agua, conocer más de su historia y, por qué no, observar un atardecer diferente.

Otra interesante visita es la del Museo del Hombre del Nordeste, en el tradicional barrio de Casa Forte, donde se aprecian muestras relacionadas con el cultivo de la caña de azúcar, la artesanía, las tradiciones y la religiosidad de los nordestinos. La Casa de la Cultura, que ocupa el edificio que fuera una vieja cárcel, tiene varias tiendas en las que se venden tejidos de renda, encajes, bordados, alfombras, cerámicas y otras artesanías.

Alejados del centro, merecen una visita el Instituto Ricardo Brennand y el taller de cerámica del mismo artista. El primero es una curiosa construcción de estilo medieval que abriga una singular muestra de obras de arte de todo el mundo, además de armaduras, tapices, esculturas y muebles. El taller es un paseo casi surrealista por entre algunas de las esculturas y creaciones de este artista local que se encuentran en extraordinarios jardines adornados por fuentes y azulejos.

Si de playas se trata, Boa Viagem es la más conocida de Recife: una playa urbana, bordeada de altos edificios, bares, zonas de juegos para niños y de ejercicios para los más grandes. Cabe señalar que es recomendable refrescarse apenas en la orilla debido a la presencia de tiburones, advertida por varios carteles cuyas indicaciones es necesario respetar.

OLINDA, ENCANTO COLONIAL. 

Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, Olinda es uno de los conjuntos arquitectónicos coloniales más bellos e interesantes de Brasil. Levantada sobre siete colinas, fue la primera capital de Pernambuco, fundada en 1535 e incendiada por los holandeses un siglo más tarde. Conserva imponentes iglesias, monasterios y bellísimos caserones coloridos, muchos de ellos ocupados por espacios de arte, tiendas de artesanía, talleres y museos.

Es imposible poner un pie en sus calles adoquinadas sin escuchar sobre los probables o míticos orígenes de su nombre, que surgió cuando un colono portugués maravillado por la vista y considerando el emplazamiento estratégico exclamó “Oh, linda situación para construir una villa”. Olinda fue bautizada entonces con las dos primeras palabras de su involuntaria sentencia.

La Iglesia da Sé ofrece, desde su patio, una panorámica deslumbrante de Olinda y Recife, exactamente la misma que dio origen a la legendaria exclamación. Inicialmente fue una modesta capilla y, en 1548, comenzó a levantarse la nueva Iglesia Matriz, que luego sufrió no pocos percances y reformas. De la primera construcción solamente subsiste la puerta de entrada. La fachada actual es de estilo colonial manierista, y en el interior destacan dos ricas capillas barrocas. Desde este punto también se avistó por primera vez un cometa en América Latina: fue en 1860 y el cuerpo celeste recibió el nombre de Olinda. Cerca de allí, quien desee tomar lindas fotografías con las siluetas de la ciudad recortadas sobre su horizonte de mar, puede visitar la Caixa d’Água Alto da Sé, que funciona como punto panorámico.

Otro conjunto de gran relevancia es el que forman la Iglesia de NossaSenhora das Neves –primera de los franciscanos en Brasil (1585)–, el Convento de San Francisco y las capillas de San Roque y la de Santana. Al frente, destaca una enorme cruz de piedras tomadas de los arrecifes de la zona. En el interior, vale detenerse en los paneles de azulejos portugueses y el rico trabajo de madera tallada de los techos y la sacristía.

De gran belleza es la Iglesia y Monasterio de São Bento, con un imponente altar y la sacristía más rica de Olinda. La Iglesia de São João–que data de la segunda mitad del siglo XVI– fue la única que se salvó del fuego durante la invasión holandesa en 1631.

Olinda es famosa mundialmente por su magnífico carnaval. Quien la visite en otra época puede conocer algo de sus tradiciones en el Museo de los Mamulengos, dedicado a los enormes muñecos que desfilan por las calles durante la celebración.

PORTO DE GALINHAS, MÁS QUE PISCINAS NATURALES. 

Son 53 km. los que separan a la capital de Pernambuco de este paraíso de aguas cristalinas que se ha convertido en uno de los preferidos del verano de los argentinos. Algunas de sus playas están protegidas por barreras de arrecifes que hacen que sus aguas sean tranquilas, de color verde esmeralda y repletas de pececitos.

Un atractivo innegable es que se trata, como dicen los brasileños, de un destino “pé-na-areia”, es decir, con un gran número de alojamientos –desde pousadas hasta resorts– que se encuentran directamente sobre la playa.

La localidad también tiene su historia: a mediados del siglo XIX su nombre era Porto Rico y su principal actividad el tráfico de esclavos, que llegaban hasta la costa en barcos disimulados con cajas de gallinas. “Hay gallinas nuevas en el puerto”, era la contraseña secreta para anunciar a los interesados que estaba disponible un nuevo cargamento de esclavos. Y así, el pequeño puerto fue haciéndose conocido como el Porto de Galinhas.

Las coloridas calles del centro recuerdan ese origen con estatuas gigantes de gallinas con las que los viajeros suelen tomarse fotos. Allí se pueden comprar los típicos souvenirs entre los que destacan bordados, hamacas y, claro, las infaltables gallinitas de cerámica.

Si de playas se trata, la que está frente al pueblo de Porto de Galinhas fue considerada más de 10 veces la más linda de Brasil. De aguas tranquilas y cristalinas, desde allí salen los paseos en las típicas embarcaciones nordestinas –jangadas– hacia las piscinas naturales, a unos 10 minutos de travesía.

Alejándose un poco del centro, el destino cuenta con diversas opciones: está la tranquila Camboa, con más de 1,5 km. de arenas vírgenes, altas palmeras y aguas tibias y calmas; o la famosa Muro Alto, protegida por un gran arrecife y con la piscina natural más profunda de la zona, que llega a los 10 m., además de varios resorts que la convierten en la preferida de turistas de todo el mundo. Maracaípe, con grandes olas, es la elegida de los amantes del surf, que también aprecian sus bares y su litoral sembrado de palmeras y árboles de cajú.

CARNEIROS, EL SECRETO AGRESTE. 

Una pequeña iglesia blanca y verde frente al mar, enmarcada por una extensión interminable de altas palmeras. Esta es la postal más típica de la Praia dos Carneiros, una playa soñada a 113 km. al sur de Recife. La iglesia es la de São Benedito que data del siglo XVIII y, recientemente, se ha convertido en un codiciado escenario de bodas de ensueño, ya que se encuentra literalmente sobre la arena.

Esta idílica porción de la costa de Pernambuco, de 6 km. de extensión demarcados por los ríos Formoso y Arikindá, ha sido elegida por varias celebridades como su lugar de vacaciones debido a su belleza y tranquilidad, y también por varias revistas y sitios de turismo como una de las playas más hermosas de Brasil. Piscinas naturales, bancos de arena y un mar de colores increíbles completan la postal.

Hace menos de un siglo estas tierras eran parte de una de las mayores haciendas de coco del estado de Pernambuco, de unas 600 ha. Las opciones de alojamiento son apenas un puñado, la mayoría de ellas propiedad de los herederos del antiguo hacendado que explotaba los cocoteros de la región, que se han encargado de mantener la exclusividad y tranquilidad del entorno.

Algunos de los bares y restaurantes de la zona, sin embargo, han ganado una fama que trasciende a la localidad. Uno de ellos es Bora Bora, que se encuentra sobre una de las porciones más espectaculares de la playa. Su renombre es tal que suele llenarse de turistas que llegan a pasar el día desde ciudades vecinas. También es muy reconocido Bejupirá, más tranquilo y alejado, con una propuesta que combina ingredientes locales como cajú, coco y pescados frescos.

Paseos en barco, en canoa, caminatas, baños de arcillas naturales, además de esnórquel en sus piscinas naturales y aguas turquesas, son algunas de las opciones de los viajeros que llegan hasta estas playas agrestes.

FERNANDO DE NORONHA, PARAÍSO NATURAL. 

El archipiélago de Fernando de Noronha se encuentra, literalmente, en medio del océano Atlántico, a 540 km. de Recife (poco más de 1 hora de vuelo). Lo conforman 21 islas e islotes que brotan del fondo del mar a una profundidad de 4.000 m. Destino soñado para los amantes de la naturaleza, los paisajes únicos, el buceo y los deportes, varias de sus playas suelen ocupar los primeros lugares en los top ten de belleza del extenso y diverso litoral brasileño.

Se trata de un santuario ecológico con 26 km² de belleza sin igual, conservado en estado natural y que propone un turismo sustentable y un encuentro respetuoso con el medio ambiente. Los delfines y las tortugas marinas son asiduos visitantes de sus costas, donde tampoco faltan los peces de colores que nadan en las aguas tibias y transparentes entre corales y esponjas.

Fernando de Noronha es la isla principal y la única habitada, morada de unos 3.500 elegidos. Sus miradores naturales permiten asomarse a un paisaje de aguas cristalinas, arenas blancas y singulares elevaciones rocosas, que remiten a sus orígenes volcánicos.

Las playas se dividen entre las de “mar de fora”, las que dan de cara al océano; y las de “mar de dentro”, que miran hacia territorio brasileño, protegidas de los vientos, con aguas más calmas.

La Baía do Sancho suele ocupar el primer puesto en los rankings de belleza brasileños y fue elegida tres veces por TripAdvisor como la más hermosa del mundo. Se trata de una bahía aislada a la que se puede acceder por una inverosímil escalera tallada en las empinadas rocas con impactantes vistas del paisaje, escalando, o por mar desde embarcaciones que se detienen justo en frente. Sus arenas claras y su vegetación repleta de nidos de aves complementan la belleza de sus aguas cristalinas que van del azul profundo al verde esmeralda.

La que sigue en la mayoría de los rankings es la vecina Baía dos Porcos. Más pequeña y casi sin arena, también es de difícil acceso y en sus orillas se forman piscinas con peces de colores. En frente, elMorroDoisIrmãos completa una de las vistas más tradicionales de la isla. La Baía dos Golfinhos, de acceso prohibido, es otro imperdible, aunque solo se la pueda apreciar de lejos, ya que es aquí donde llegan los delfines para reproducirse y descansar.

Entre las de “mar de fora” merecen destacarse la Praia do Atalaia, con acceso controlado, donde se aprecia el origen volcánico del archipiélago y, con la marea baja, se forma una gran piscina repleta de vida marina; y la Praia do Leão, elegida por las tortugas marinas para el desove, donde las arenas blancas contrastan con las formaciones rocosas.

El archipiélago es un paraíso para los amantes del buceo gracias a sus aguas cristalinas y las fabulosas especies que habitan sus fondos marinos.

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