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jueves, 28 marzo, 2024

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(Por cecilia Lastiri) ANTIGUA GRECIA:

 

Recorremos este magnífico testimonio de la época dorada . 

En la cima del monte sagrado, la Acrópolis contempla el paso de los siglos sobre la ciudad de Atenas. En ella se reúnen los símbolos de la época de mayor esplendor de la Grecia antigua, el siglo V a.C., todos construidos en un mármol reluciente que el tiempo y las numerosas vicisitudes han transformado en uno de los vestigios antiguos más admirados del planeta.

Dioses, misterios, oráculos… El Más Allá en la antigua Grecia.

Poseidón y Atenea se disputaron una vez el corazón de los atenienses y el nombre de su ciudad. En lo alto de la colina de la Acrópolis, el dios del mar clavó su tridente mientras que la diosa de la sabiduría y la guerra plantó un olivo. El resto de divinidades declararon a Atenea ganadora del singular combate y los habitantes le dedicaron la mayoría de los templos.

Mitología e Historia se entrecruzan a lo largo del recorrido por este recinto de templos que se eleva sobre los populosos barrios de la capital griega. Habitada ya en el Neolítico (4.000-3.000 a.C.), fortificada durante la época micénica y destruida por los persas, la Acrópolis ganó su monumentalidad de la mano de Pericles, gobernador de Atenas entre los años 461 y 429 a.C., quien la dotó de templos con estatuas de bronce y de mármol, pintadas o recubiertas de oro y piedras preciosas.

Acudir a la Acrópolis por aquel entonces equivalía a penetrar en el Olimpo, un templo de templos. El visitante quedaba maravillado desde la misma entrada, donde se erigían la estatua de nueve metros de Atenea Pronakos (Campeona) y el conjunto de los Propileos, un vestíbulo con cinco puertas, techo pintado con estrellas doradas, una pinacoteca y varios altares.

La gran revolución griega contra el Imperio otomano.

Al salir de los Propileos, la vía Panatenaica conducía al Partenón, el colosal edificio dórico terminado el año 438 a.C. que albergaba una estatua de doce metros de Atenea Partenos (Virgen). En el sector norte se erigía el Erecteion, allí donde Atenea y Poseidón se disputaron el nombre de la ciudad y la veneración de sus habitantes. Y mientras las oraciones se realizaban en lo más alto, los espectáculos tenían lugar en el teatro de Dionisos, en la ladera, un «templo» de las artes.

Durante el último milenio antes de Cristo la cultura de Grecia y las islas del mar Egeo fue la más avanzada de occidente. Entre los años 2000 y 1400 antes de Cristo existió en la isla de Creta una cultura floreciente -minoica-, que fue desplazada por la micénica (1400-1100 antes de Cristo). A esta última sucederían tribus de origen indoeuropeo, los jonios, aqueos y dorios, que llegaron a la península en oleadas sucesivas y se asentaron en los valles y las costas. Estos pueblos, origen de la civilización griega, se extendieron luego por las islas del mar Egeo y se afianzan en la costa oriental del Asia menor.

La dispersión geográfica contribuyó a la aparición de numerosas ciudades-estado independientes entre sí, y con unas relaciones mutuas salpicadas de frecuentes roces políticos y militares. Las dos más poderosas eran Atenas, en la península Ática, y Esparta, en el Peloponeso. Las formas de gobierno de los distintos estados oscilaban entre la monarquía de carácter absolutista y la democracia (o gobierno del pueblo), pasando por la oligarquía (gobierno de unos pocos) de la nobleza. El Ágora ateniense, lugar de asamblea donde todo hombre libre disponía de voz y voto, es clara muestra del espíritu cívico de los antiguos griegos.

En la época arcaica (700-500 antes de Cristo), el exceso de población empujó a los griegos a buscar nuevos territorios. En franca competencia con los fenicios y otros pueblos mediterráneos, se hicieron marinos y comerciantes, y fundaron colonias de importancia a lo largo de las costas del Mediterráneo y del mar Negro.

En la época clásica (500-330 a. de Cristo), las ciudades olvidaron sus rencillas para hacer frente a un enemigo común: la invasión persa. Tras la decisiva batalla de Salamina, en el año 480 antes de Cristo, Atenas se puso a la cabeza del mundo griego. A las guerras médicas (nombre que recibieron los conflictos bélicos con los persas) sudeció un periodo de florecimiento cultural sin parangón en la historia de la humanidad, dos siglos de continuas realizaciones en el campo del arte, la literatura, la filosofía y las ciencias naturales, que constituyeron la base de la civilización occidental. Las ciudades griegas disfrutaron entonces de la cohesión que les proporcionaba el hecho de compartir una misma cultura; esta unión se manifestó abiertamente en acontecimientos tales como celebraciones religiosas y competiciones deportivas (olimpiadas).

Sin embargo las diferencias irreconciliables entre Atenas, potencia marítima cuya forma de gobierno era la de una república democrática, y Esparta, monarquía militarista, condujeron a la guerra del Peloponeso (431-404 antes de Cristo), que fragmento el mundo griego y acabó con su etapa de máximo esplendor.

Grecia volvió a recobrar su unidad durante el apogeo macedónico, cuando Alejandro Magno, a través de sus conquistas, puso en contacto a oriente y occidente; de la interacción de estas culturas surgió el helenismo. 

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